El laboratorio de Torre Pacheco
Como justificación, o aperitivo, o ensayo general con todo del designio fascista de deportación de inmigrantes, los machacas de los que alientan ese depravado propósito han caído sobre la localidad murciana de Torre Pacheco, donde un tercio de su población, empleada principalmente en labores relacionadas con la agricultura, es de origen magrebí. Ha bastado que un adolescente de esa colonia agrediera brutalmente a un vecino de 68 años que paseaba por las arboladas inmediaciones del cementerio, para que la jauría de patriotas trumpistas organice su anhelado pogromo, su caza del emigrante.
Por las cloacas de las redes sociales ha discurrido el río de mierda, esto es, de bulos, de desinformaciones y falsedades inflamadas, que ha convocado a ese Ku-Klux-Klan gárrulo y erradicador, y desde diversos puntos de España han acudido presto toda clase de imbéciles violentos para sentar la mano a los magrebíes, cuando, en puridad, ya está tardando el Estado, o el Gobierno, en sentarles la mano a ellos antes de que su furor xenófobo y racista pase a mayores. Ahí, en Torre Pacheco, un pueblo de gente trabajadora y pacífica, se halla estos días el laboratorio donde el neofascismo rampante y desbocado sitúa uno de sus siniestros experimentos.
El castigo al indeseable que apalizó a la víctima, y a los otros dos cómplices que lo encubrieron, debe ser severo, como todo reproche judicial y social a cualquier clase de violencia, incluída principalmente la que han llevado a Torre Pacheco los pandilleros ultras que pretenden desquiciar la convivencia haciendo responsable del delito de uno a toda una comunidad, la que representa un tercio de la del pueblo. Pero la actuación firme y severa de las instituciones contra la epidemia de odio no debe quedarse en la punición del agresor ni de los agresores ultras que han caído sobre la localidad murciana, sino que ha de extenderse, si queremos vivir en paz y amparados por la ley, a quienes desde las propias instituciones alientan y jalean a éstos.