Batallas
Últimamente hemos trasladado el término bélico de "batalla" al terreno de la cultura, y así hablamos de dar la batalla en una "guerra cultural" plenamente activa y capaz de decidir nuestro futuro, lleno ahora de dudas e incertidumbres.
Esta "guerra cultural" ha sido impulsada por los nostálgicos del antiguo régimen, que despotrican de la Ilustración y sus efectos y alaban por contraste el periodo feudal. No les estoy contando el argumento de un cómic distópico, sino que me limito a transcribir las noticias de la actualidad. Sería algo así como una nostalgia de los castillos y las almenas, pero ahora desde las altas torres de la plutocracia. Este sería también el origen de la deriva involucionista en el estamento dirigente, que luego utiliza para sus fines y la refriega más directa a los bárbaros de siempre, se llamen como antaño camisas pardas, o ahora neofascistas libertarios, antaño armados con puñales y hogaño con motosierras.
El lío procede de que el "ataque" surge en gran medida desde "dentro", desde lo que cabía calificar hasta hace poco como "nuestras propias filas", por seguir con la jerga guerrera. De manera que si bien existen similitudes entre los nuevos "enemigos" (que nos llevan al rearme) y las escuadras fascistas de los años treinta, a su vez algo no encaja y resulta diferente porque los nuevos "enemigos" son una prolongación previsible del "sistema", y parecen representar la evolución natural y la apoteosis del capitalismo salvaje y desregulado que nos han impuesto como modelo.
Causa sudor frío pensar que el germen de ese modelo "oficial" ahora llevado a sus últimas consecuencias en forma de plutocracia, puede estar incrustado en el mismo acto fundacional de la Europa presente.
Cierto es que ante las sucesivas crisis que el modelo produjo (todas ellas graves), se afirmó enfáticamente que había que "refundar" Europa, o lo que es lo mismo "refundar el capitalismo". Pero nunca se hizo. El contraste de la respuesta que se dio a la pandemia COVID, comparada con la respuesta previa, austericida, a la estafa financiera de 2008, supuso un momento de esperanza, pero la "refundación" de Europa basada en el blindaje del Estado del bienestar, principal seña de identidad de Europa, sigue sin acometerse.
Sigue vigente el modelo estándar o neoliberal, basado en las privatizaciones, la corrupción, las puertas giratorias, y el saqueo de lo público, modelo al que se han ido apuntando servilmente durante las últimas décadas, muchos de nuestros líderes políticos, y entre ellos algunos líderes tan desteñidos y cambiados como los socialistas Felipe González o Tony Blair, que representan como pocos el vuelco cultural que nos ha traído hasta aquí.
Ese extremismo neoliberal, "sin alternativa" -como decía Thatcher- tenía que acabar en lo que finalmente ha acabado: plutocracia y cacocracia. De hecho esa expresión "sin alternativa", eje de lo que ha dado en llamarse el "pensamiento único", ya indicaba a las claras que la democracia (que se basa en la alternancia y la pluralidad de propuestas) no era la prioridad, ni el Estado del bienestar tampoco, al final tampoco el Estado de derecho ha resultado importante, y eso ha facilitado mucho que hayamos caído en las garras de plutócratas y oligarcas, para los que el Estado, las regulaciones, y el Derecho, sobran, y que ahora buscan como aliados para el choque frontal y su guerra "cultural" definitiva a los neofascistas de turno.
Los cuales han encontrado un magnífico combustible electoral en el malestar ciudadano que ha propiciado el propio modelo neoliberal.
El problema se complica aún mas porque de forma paralela a esa "guerra cultural", se desarrollan actualmente otras varias guerras tradicionales (con armas letales y muertos) inspiradas en gran medida en esa "guerra cultural" pero también con ambiciones territoriales, y dirigidas precisamente por nostálgicos del antiguo régimen... O de los zares, según nos situemos en un punto u otro del globo terráqueo.
El problema del rearme y de las batallas en curso, si queremos situarlo en un marco coherente y comprensible, es definir con claridad a qué guerra nos estamos refiriendo (¿territorial? ¿cultural? ¿las dos cosas?), con qué medios ha de darse, en qué terreno, y quién es el "enemigo".
Hay preguntas complejas, o si lo prefieren peliagudas. Por ejemplo: dedicar una ingente cantidad de dinero a rearmarse (dinero que digan lo que digan seguro que sale de las partidas más necesarias socialmente) ¿Es una victoria contra los ultraderechistas belicosos o una derrota frente a ellos?
Lo decimos porque precisamente las armas y la guerra es de las cosas que más gustan a estos bárbaros, sean del Este o del Oeste. De manera que todo lo que sea incrementar el presupuesto en ese capítulo, seguro que les hace enormemente felices.
Complementariamente a este deseo cumplido de armarse hasta los dientes, si además el incremento del gasto en armamento se produce en detrimento del gasto social (ya recortado por el extremismo neoliberal que hemos padecido durante las últimas décadas), el malestar ciudadano, que ya es importante, aumentará, y seguro que como viene ocurriendo de forma completamente irracional e incomprensible, redundará en un mayor apoyo en las urnas a esa misma ultraderecha belicosa, plutócrata, y recortista del gasto social. Es como si en este negocio de las armas, ahora impulsado en su deriva por Trump y Putin, la ultraderecha global no pudiera perder, bien sea incrementando el gasto en armamento, bien sea deteriorando aún más el Estado del bienestar, o las dos cosas a la vez.
Conviene reflexionar sobre este dilema que tiene mucho de círculo vicioso, antes de decidir quién se prevé que salga victorioso de una guerra así planteada.
Igualmente, si en vez de combatir la corrupción de algunos políticos en alianza con el gansterismo económico que nos empobrece a todos, cedemos a la teoría xenófoba y racista de la extrema derecha, y participamos en la culpabilización de los emigrantes como chivo expiatorio de culpas que corresponden a aquellos, habremos regalado irresponsablemente una victoria ideológica más a esa ultraderecha rapaz, neofascista y violenta, que es la que, si lo pensamos bien, está llevando el agua a su molino, impulsando el rearme y una carrera armamentística al mismo tiempo que la deshumanización de emigrantes y refugiados.
En realidad, ponernos fieros y belicosos como defensores a ultranza de la democracia y del modelo europeo, deberíamos haberlo hecho mucho antes, cuando nuestros líderes empezaron a desmantelar el Estado del bienestar, seña de identidad principal de Europa y columna vertebral de su vida civil, porque de ahí arranca todo, empezando por el auge de la ultraderecha.
De la misma manera que debería pensarse, aún hoy, que a Europa no se la defiende solo agitando banderas, sino cumpliendo su legislación y normativa, cosa que España no ha hecho, por ejemplo, en el caso de los interinos de las administraciones públicas, explotados y estafados (en su condición de "temporales") hasta su cese o su jubilación. Esos detalles (respetar la legislación y normativa europea prevalente) importan más de lo que parece en la creación de un caldo de cultivo favorable a Europa.
El "rearme" puede significar por tanto fabricar y/o comprar más armas, pero también "recuperar" los valores perdidos frente al extremismo neoliberal y tecno- financiero. Esto es, rearmarse "culturalmente" recuperando valores europeos hoy perdidos o en vísperas de perderse.
El desconcierto de nuestros líderes (y el auge del neofascismo) continuará si nuestros líderes no comprenden que lo primero (rearmarse armamentísticamente) no tiene sentido sin lo segundo (rearmarse culturalmente mediante un sólido Estado del bienestar). O incluso, que dado lo segundo podríamos habernos ahorrado en gran medida lo primero: la carrera armamentística.
Hubo coherencia y firmeza cuando los soldados que combatieron el fascismo durante la segunda guerra mundial adujeron y reivindicaron, tras la victoria, que ellos no habían luchado en esa guerra (con millones de muertos) para reinstaurar el capitalismo salvaje y desregulado que llevó a la guerra mundial a través del crack financiero del 29, sino por un modelo nuevo y distinto, representado por la socialdemocracia. De esa reivindicación surgió el Estado del bienestar.
Y esa reivindicación sigue vigente, de manera que muchos ciudadanos europeos podrían aducir y reivindicar en este momento que ellos no están dispuestos a ir a una guerra para fortalecer el extremismo neoliberal que nos ha llevado a la estafa financiera de 2008 y al saqueo austericida del Estado del bienestar, que sigue en estos momentos su deriva imparable.
Probablemente deberemos apechugar con Trump y Putin durante un tiempo (lo que duren), y al mismo tiempo actuar con inteligencia y diligencia de cara al futuro para que energúmenos así no vuelvan a surgir en el panorama internacional.
¿Un cambio de política en el sentido de retorno a la socialdemocracia y el blindaje del Estado del bienestar, como valores propiamente europeos (eso sería "refundar" Europa), sería capaz de frenar el surgimiento de futuros monstruos?
Muchos creemos que sí.
Después de la segunda guerra mundial y la debacle en forma de muertos (incluidos los de las bombas atómicas arrojadas sobre Japón), nuestro mundo apostó por ese cambio en una dirección progresista, solidaria, y humanista, convencido de que ese era el camino que había que tomar. Después, la relajación que produjo el éxito de dicho modelo, trajo el olvido, y bajo ese olvido patrocinado por el extremismo neoliberal (plutócrata y sin alternativa), hemos comenzado a repetir errores históricos muy reconocibles.
Está claro que si queremos defendernos "físicamente" de la involución que nos amenaza tenemos que hacerlo también "culturalmente", y viceversa. Y desde esta perspectiva tenemos que ver con suma preocupación el hecho de que, casi sin darnos cuenta, hemos ido incorporando a nuestra "normalidad" cultural la renuncia a la lucha contra el cambio climático, la visión racista y xenófoba de la emigración, las privatizaciones, la desaparición del Estado del bienestar, pero también la desigualdad extrema y la plutocracia.
Desde el momento que hemos "normalizado" todo eso, que son otras tantas victorias de la ultraderecha radical, la pregunta es qué batalla nos queda por perder, quién es el "enemigo", y cual es el objetivo del rearme. O dicho de otro modo ¿de qué va esta guerra y cuáles son sus objetivos?
Dicho lo cual, conviene decir también que es un deber ético apoyar al pueblo ucraniano, como lo es el apoyo al pueblo palestino, y la defensa de la dignidad humana de los emigrantes y refugiados. Todo ello forma parte de la defensa de los Derechos humanos y de lo que muchos consideramos el "modelo europeo".