Alarma Zarzuela: Juan Carlos, fuera de sí, sin control, no obedece ni a sus abogados

Don Juan Carlos está dispuesto a salvaguardar su honor por encima de todo y eso le ciega para ver las posibles consecuencias para la imagen de la Corona y el futuro de su hijo
En la imagen de archivo el rey Juan Carlos I
En la imagen de archivo el rey Juan Carlos I

Según recoge EsDiario, en los pasillos de Zarzuela, donde las palabras pesan más por lo que insinúan que por lo que dicen, hay una preocupación que no se apaga. No es por el ruido mediático. Tampoco por las viejas causas judiciales que parecen haberse enfriado. Lo que inquieta de verdad es, tal y como ha podido saber ESdiario de fuentes próximas a Palacio, la cabezonería creciente del Rey Juan Carlos I. Su determinación por tomar las riendas de su relato, aunque eso suponga dinamitar los equilibrios que tanto ha costado mantener.

El Rey Felipe VI lo sabe. Lo teme. Porque cada paso que da su padre sin consultar, cada gesto de resistencia mal calibrado, puede convertirse en una piedra más sobre la credibilidad de la Corona. La última gota ha sido su demanda contra Miguel Ángel Revilla, una decisión que ha encendido todas las alarmas en Palacio. No por el contenido en sí, sino por lo que revela: que Don Juan Carlos ya no escucha. Actúa. Y lo hace por impulso, desde el orgullo herido.

“He callado mucho, por el bien de la institución y de España, pero hay cosas que no tolero más. Mi vida la gestiono yo”, habría dicho el Emérito en un entorno íntimo, según cuenta el portal Monarquía Confidencial. No es solo una frase: es una declaración de principios. De ruptura. De desafío.

Desde su exilio dorado en Abu Dabi, al que llegó en agosto de 2020, Don Juan Carlos observa con desconfianza la distancia que la institución ha marcado con él. No entiende las formas, no comparte las decisiones y, lo más grave para Zarzuela, no está dispuesto a dejarse guiar. Tiene abogado, asesores y entorno fiel, sí. Pero, como reconocen a MC fuentes muy cercanas: “Escucha consejos, pero los rechaza”.

No hay estrategia de contención. Ni pactos, ni silencios negociados. No le interesa amortiguar la presión mediática, ni facilitarle las cosas a su hijo. Lo que busca —lo único que busca— es una cosa: defender su legado. Que su figura, más allá de los años oscuros, permanezca libre de sospechas. Para él, no se trata de reputación pública, sino de justicia personal. “La imagen es lo primero”, afirma uno de sus allegados. Y si para conservarla debe enfrentarse a la lógica institucional, lo hará sin pestañear.

Ese empecinamiento, que algunos cercanos interpretan como dignidad, otros lo ven como un riesgo colosal. Porque no se trata ya solo del pasado, sino del presente que se escribe con cada titular, con cada querella, con cada palabra que Juan Carlos I pronuncia en público o en privado. Para Zarzuela, cada movimiento sin medir es un incendio potencial.

Felipe VI, que ha trabajado con esfuerzo quirúrgico para renovar la imagen de la Corona, ve en las decisiones de su padre no solo una amenaza reputacional, sino una fractura emocional. Porque el pulso no es solo entre generaciones, sino entre maneras opuestas de entender la responsabilidad pública.

Desde la Casa Real insisten —como han repetido a MC— en que cualquier acción del Emérito pertenece a su “ámbito estrictamente personal”. Una forma elegante de marcar distancia. Pero también un eufemismo que deja entrever la tensión subterránea: no pueden evitar que actúe, pero temen profundamente sus consecuencias.

Mientras tanto, el Rey Juan Carlos I sigue maniobrando, desde la distancia, para controlar su propia narrativa. Aparece en eventos selectivos, elige sus escenarios, cuida sus gestos. Aunque ya no pisa suelo español con la frecuencia de antaño, su figura sigue presente, y con ella, la inquietud constante de si el próximo paso será el definitivo para sellar su historia… o para romper algo más.

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