Récords que deben alertarnos
Vivimos un tiempo de récords. Se baten de continuo y a toda velocidad, sobre todo los récords climáticos, que como todos ustedes conocen si han estado atentos estos últimos años a las noticias sobre el clima, han tomado la costumbre funesta de romper y dejar obsoletos todos los registros anteriores.
No solo aumentan los récords climáticos, sino que abundan también las malas noticias (contrastadas con datos) que apuntan a una ruptura de los equilibrios de la Naturaleza, afectando al número de especies, los niveles de contaminación ambiental, etcétera.
También se están batiendo récords en la contaminación informativa, que no deja de ser otra forma de contaminación ambiental que se manifiesta en la velocidad y amplitud con que se esparcen los bulos, y en la facilidad con que estas mentiras se creen.
Hay una credulidad (o vulnerabilidad a la mentira) en ascenso, paralela a la mendacidad rampante y provocativa con que se fabrican estos embustes.
La mentira es igual de dañina si se utiliza para perjudicar a un partido político desde las cloacas del Estado, como ocurrió con Podemos, que si se utiliza para confundir a la población sobre las causas y consecuencias de un desastre natural. A lo mejor no debería sorprendernos constatar que mentiras tan diversas tienen un mismo origen.
Que los medios para esparcir mentiras son hoy descomunales es evidente y va a ser difícil atajar este problema, que es ya uno de nuestros problemas principales. Ya no estamos en aquellos tiempos de una sola televisión y una sola cadena, estamos en los tiempos inconmensurables y bastante incontrolables de Internet y las redes, donde parece haber más pantallas que personas, y donde la prudencia crítica capaz de filtrar la información verídica o racional, está en horas bajas.
A pesar de esa proliferación y abundancia de información, vivimos una merma preocupante de la capacidad de razonar críticamente para analizar y contrastar los datos, de forma que el exceso nos entra no pocas veces en forma de tóxico que nos emponzoña.
No sabría decir si estamos ante un fallo estrepitoso de la educación capaz de discriminar y analizar la información que recibimos, o que el nuevo ecosistema informativo, que a veces parece una nube densa y tóxica, ha determinado ya una mutación acelerada e irreversible de nuestro cerebro que nos conduce, no a pensar de forma distinta -que eso siempre es un aliciente- sino a pensar peor, o incluso a no pensar.
Visto cómo se engullen hoy los bulos, sin apenas masticar, embustes tan burdos y groseros que rompen las leyes de la lógica más simple, leyes que no necesitamos aprender porque las tenemos innatas, podemos llegar a pensar que algunos circuitos neuronales se nos están deteriorando a toda prisa por algún tipo de intoxicación masiva que procede del ambiente, o sea del medio informativo en que nos movemos y respiramos.
La velocidad y magnitud del cambio climático, y la velocidad y amplitud de la propagación de los bulos (y entre estos, los bulos negacionistas del cambio climático), contrasta con la lentitud de las respuestas y la falta de atención a los récords y las alertas.
Las medidas para contrarrestar y detener ese cambio se retrasan sine die. Pasan los años, los lustros, las décadas, y seguimos sin acometer acciones eficaces: "Las emisiones de CO₂ de los combustibles han crecido un 8% desde la firma en 2015 del Acuerdo de París" (El Pais, 13 Nov 2024).
Nos quejamos -es comprensible- de la lentitud o los fallos en la alerta ante una catástrofe puntual que nos sobreviene de golpe, sin pararnos a pensar que la lentitud que consentimos a diario en la respuesta que se precisa a nivel global (no cabe otra), nos lleva a fenómenos destructivos cada vez más frecuentes y de una magnitud difícil de controlar y paliar.
Si en un momento de sosiego nos evadimos de la polémica en torno a las distintas responsabilidades, los fallos en la gestión, o la mayor o menor previsibilidad de la magnitud del desastre que se ha vivido en Valencia, y contemplamos en silencio las imágenes de las fuerzas desatadas por la Naturaleza estos días en esa zona de nuestro país, tan fuera de lo común y tan destructivas, con un "periodo de retorno" (concepto estadístico que usan los expertos) de entre 500 y 1000 años, entenderemos mucho mejor lo que ha ocurrido y está ocurriendo.
Titula El País: "Los datos evidencian la magnitud extrema de la riada: solo debía ocurrir cada 1.000 años".
Sin duda no es un buen momento para que un gobierno progresista retire un impuesto a las empresas energéticas, responsables directas del cambio climático.
Sí es un buen momento sin embargo para el ejemplo de honestidad que ha dado Cáritas defendiendo la dignidad humana contra la xenofobia del ayuntamiento de Burgos (PP-VOX).