Paradigmas contagiosos

Así como hay símbolos tóxicos (verbigracia la monarquía), hay paradigmas que se contagian.

Los neoliberales odian las reglas y las regulaciones. Los tiranos también. Una coincidencia.

A los neoliberales no les importa que haya reglas (por ejemplo de austeridad) para los demás, mientras no las haya para ellos. A los tiranos les pasa lo mismo. El denominado "austericidio" fue una acción autoritaria (¿tiránica?) de la que Merkel se arrepintió demasiado tarde. Todo aquel despropósito tiene todavía hoy consecuencias. Entre otras el deterioro de los servicios públicos y que la ultraderecha se esté haciendo con el poder en el caldo de cultivo del malestar social.

La desigualdad económica conduce hoy, por su magnitud, a la desigualdad en el poder político, y ambas conducen a la desigualdad ante la Ley. Que es el principio del fin de la democracia.

Entre el neoliberalismo, que ha producido esa desigualdad económica monstruosa (ya hay supermillonarios que piden que se les cobre impuestos “también” a ellos), y la tiranía hay por tanto ciertos rasgos comunes que pueden conducir a una simbiosis colaborativa, de manera que la tiranía del dinero haga buenas migas con la tiranía política. Lo vimos como experimento y anuncio en el Chile de Pinochet.

Quizás en la China actual se da el mismo tándem, o parecido, de forma que la tesis predicada por doquier de la dependencia mutua entre capitalismo desregulado (laissez faire) y democracia (que se basa en reglas y regulaciones), hace aguas. Ya no se la cree nadie.

En otro orden de cosas, la verdad, tal y como se entiende en el ámbito de la ciencia, se basa precisamente en reglas y método, es decir en el método científico. Por eso la ultraderecha ideológica que subyace en el neoliberalismo económico, y que impulsa a través de su "guerra cultural" un regreso al medievo y la irracionalidad, se lleva muy mal con la ciencia. No la traga.

En el ámbito económico, esta corriente cultural belicosa patrocina la ausencia de reglas, y en el ámbito epistemológico el imperio de la mentira y los bulos.

La democracia y la paz universal que nos anunciaron tras la caída del muro de Berlín, no aparecen por ninguna parte. Acabó una dictadura -la del comunismo- y se fortaleció otra -la del capitalismo sin reglas- que nos impone el deterioro acelerado del medio ambiente, la perdida de derechos, la desaparición de los servicios públicos, el retraso de la edad de jubilación, la impunidad del más fuerte, y la guerra como el método más a mano para solucionar conflictos.

La guerra fría tenía sus reglas. Las guerras calientes que hoy proliferan ya no. Y todos estos, si lo pensamos bien, son rasgos que dibujan una tendencia creciente a la tiranía y la barbarie. Tendencia que Macron, el supercivilizado, ha confirmado en sus últimos movimientos políticos de carácter déspota, haciendo burla del resultado de las urnas..

La falta de reglas y la impunidad para las trampas a las que aspiran los neoliberales en economía, han acabado conectando, mediante contagio ideológico, con la impunidad y la prepotencia de los tiranos y los señores de la guerra.

La sociedad abierta que predicaba Karl Popper ha degenerado por distorsión en la tiranía del dinero en un planeta donde los conflictos, las migraciones masivas, y las guerras se multiplican.

Así como los políticos "representativos" han perdido el poder de decidir sometidos a los dictados de los magnates y los dueños del dinero, la ONU ha perdido el poder de control frente a los señores de la guerra y los genocidas, que matan a mansalva y con total impunidad, sobre todo civiles.

Gaza es el genocidio en tiempo real que está permitiendo el mundo "civilizado", el mundo de la "nueva normalidad".

El laissez faire en economía ha derivado por contagio en un laissez faire aceptable en todo lo demás.

Es lo que tiene investir a una tesis económica muy discutible con la infalibilidad del catecismo universal y la impostura del pensamiento único. En esto han acertado tanto como en aquello otro del fin de la Historia. Una auténtica chapuza paradigmática que pide con urgencia alternativas más saludables.

Este paradigma patrocinado desde el poder y la academia que le sirve (servilmente), dictó la nueva moda de la ausencia de reglas y la consiguiente impunidad. La Impunidad y la desigualdad ante la Ley son por otra parte venenos tóxicos para la democracia. Por eso el hecho de que el Tribunal Supremo de Estados Unidos haya garantizado impunidad penal para Donald Trump (de la misma manera que nuestros tribunales dictan impunidad para el monarca), avanza en la misma línea y nos está señalando el objetivo que se persigue: la tiranía.

Si Trump tiene impunidad penal, gracias a los jueces elegidos por él (¿Serán de la misma opinión los jueces internacionales?), Netanyahu debe pensar que él también. Incluso nosotros ya consideramos normal que nuestro monarca goce también de ese privilegio antidemocrático e ilegítimo. Una impunidad que se expande y se contagia.

Si la guerra de Irak (un crimen de guerra) no tuvo consecuencias penales para sus promotores, Netanyahu (o Putin) debe pensar que su caso no será distinto.

La conclusión es que ni los símbolos ni los paradigmas son inocentes. Muy al contrario, más pronto que tarde acaban teniendo consecuencias.

Se hace necesario, a efectos de supervivencia, cambiar de paradigma. ¿Es posible? Por supuesto. No solo es posible sino imprescindible y urgente para recuperar la democracia y la convivencia.

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