Alerta en Zarzuela: Felipe, incapaz de tapar su dolor y preocupación por su madre

Según recoge EsDiario, la Zarzuela guarda silencio. Pero hay silencios que pesan más que un discurso, y que se filtran en los pasillos como un rumor que nadie quiere reconocer. Desde hace semanas, el Rey Felipe VI vive con el alma partida: por un lado, el deber institucional; por otro, la fragilidad de su madre, Doña Sofía, que atraviesa uno de los momentos más duros de su vida personal.
La causa tiene nombre propio: Irene de Grecia. Cuenta el portal Monarquía Confidencial que la hermana menor de la Reina Emérita, con quien ha compartido no sólo techo desde hace más de cuatro décadas en el Palacio de la Zarzuela, sino también confidencias, rutinas y silencios, se encuentra en un delicado estado de salud que ha encendido todas las alarmas en el entorno más íntimo de la Casa Real.
Irene, discreta y casi invisible para el gran público, ha sido durante años la sombra luminosa de su hermana. Siempre presente, siempre callada. Pero el paso del tiempo no perdona ni a quienes se han acostumbrado a vivir en segundo plano. A sus 82 años, la princesa ha sufrido un deterioro físico notable, y aunque oficialmente no ha trascendido ningún parte médico, dentro de Zarzuela el clima es de prudente pesimismo.
Y ahí está el Rey Felipe. Hijo antes que monarca. Testigo mudo del desgaste emocional que esta situación está provocando en su madre, con quien mantiene un vínculo estrecho, más allá de lo protocolario. “Está muy pendiente de ella. Mucho más de lo que se ve”, desliza una fuente próxima al círculo de confianza del monarca.
El Rey, cuentan, ha intensificado en las últimas semanas sus visitas privadas a Zarzuela. No solo para interesarse por su tía, a quien guarda un sincero afecto, sino sobre todo para acompañar a la Reina Sofía, que ha perdido parte de su luz habitual. Desde la muerte de su hermano, el Rey Constantino de Grecia, el ánimo de Doña Sofía ya no era el de antes. Ahora, con Irene debilitada, la tristeza parece haberse instalado en su mirada.
“La Reina Sofía lo está llevando con la entereza que la caracteriza, pero no es fácil”, comenta una voz cercana al entorno palaciego. “Irene es su gran compañera, casi su alma gemela. Verla así la está consumiendo por dentro”.
Más allá del drama familiar, hay una preocupación que trasciende los muros del palacio: Felipe VI sabe que la Reina Emérita sigue siendo una figura muy querida por amplios sectores de la sociedad española. Su discreción, su entrega institucional incluso tras la abdicación del Rey Juan Carlos en 2014, y su cercanía silenciosa han calado hondo. Y el Rey, que conoce el pulso emocional del país, entiende que cuidar a doña Sofía no es solo un gesto filial, sino también un acto de responsabilidad hacia una generación que ve en ella un símbolo.
Por eso, aunque Zarzuela no emita comunicados ni comentarios oficiales, el ambiente es de contención. Se respira un recogimiento respetuoso, casi reverencial, hacia una figura –la de la Reina Sofía– que ahora más que nunca necesita sostén. Y Felipe, como hijo, como rey y como hombre, está decidido a ser ese sostén.
“Todo está en manos del tiempo”, concluye otra fuente de confianza. Pero entre los pasillos de Zarzuela, ese tiempo hoy parece más lento. Más denso. Como si todos esperaran que la vida conceda una prórroga. Una más.