Retrato de hombre leyendo
He pasado el verano entero sin coger aviones; lo mismo soy un europeo políticamente incorrecto. Incapaz de contar una historia de aglomeraciones en una plaza, en un museo, en un puerto, o de dormir en una tienda de campaña en la sabana. Y no me he pasado nada, no noto nada raro. No me duele nada nuevo. Sigo bien, de momento.
Ya hace varios años que escogí no asomarme fuera en los veranos. Y con esa excusa puedo ahorrarme el contar experiencias exóticas o exagerar “sensaciones”. Simplemente me dedico a escuchar. Por ejemplo, al de una mesa al lado de donde estaba sentado, que decía que como creía en la reencarnación gustaba de conocer lugares por si caía en alguno de ellos en el futuro. Casi me da flato.
En mi caso, con creencias menos budistas, me dedico a moverme por el país visitando lugares que en otros países, que saben vender mucho mejor lo suyo que nosotros, la gente hace largas colas y se amontona para verlos.
Mi experiencia de este verano, por tanto, ha sido local. Yo estaba por la mañana en la plaza leyendo el periódico. Un café. Sentado en pose clásica y vestido de forma correcta para agradarme. Un diminuto placer, un tiempo que nunca es perdido y que se puede recuperar, si fuera necesario, hurtando un rato al prime time nocturno de la tele, con el beneficio que eso a su vez puede tener para el descanso.
La plaza es grande, la gente son colores, algunos siguen al de la banderita y muchos se les observa ya cansados a primera hora después de muchos días de viaje. Prácticamente arrastran los pies y se tropiezan. Me cuesta pensar que se vayan a enterar de muchas cosas.
Se limpian las calles, hay camareros, un señor con lotería, varios “runners”, todo era movimiento, menos un acueducto a mis espaldas que está en su sitio, lo ve todo y confiemos que nunca le de por hablar.
Lo de leer en general (en papel o en tableta) parece que otorga un cierto respeto reverencial hacia el que lo hace, quizá por rara avis. Se detecta al que lee por una serenidad que se echa de menos entre tanto frenesí.
De repente, me hicieron un gesto con la mano, levanté la cabeza y era un señor que se arrodillaba y me pedía permiso para hacerme una foto. Me di cuenta que quería retratarme a mi leyendo y con el acueducto detrás. Asentí, con un poco de flema, por acabar con aquello rápido.
Un breve latigazo narcisista me llevó a pensar: “soy icónico”. Luego pensé, más realistamente, que para esa gente mi figura hacía juego de alguna manera con el monumento de detrás. Antiguo, vamos.
Pero no dije nada. Se me acercó el señor y me dijo con evidente acento americano que gracias y “que bonita historia su país”. Sonreí sin apetecerme.
Está claro: buscan pasado. Europa como metáfora del pasado. Una Europa capaz de grandes gestas y conquistas. Y descubrimientos. Con grandes literatos y pensadores. Pero del pasado. Y en el presente una duda permanente de no saber hacia donde tirar.
Acabé la lectura y se me alojó en la cabeza, que Europa y España nos hemos convertido en sociedades capaces de acoger problemas complejos (nadie duda de que los son) para dar soluciones aún más complejas. No creo que haga falta poner ejemplos.
O lean la prensa.