Hemos entendido el mensaje
Si como decíamos en un artículo anterior, uno de los temas candentes de nuestra actualidad es si estamos repitiendo o no nuestra Historia peor, el otro es sin duda si nuestros políticos y representantes electos han entendido o no el "mensaje".
Probablemente ambos temas estén estrechamente relacionados.
Y lo de "mensaje" creemos que se refiere al mensaje (casi de auxilio) lanzado desde hace tiempo por la ciudadanía a través de distintos medios, y últimamente y de forma rotunda, a través de las urnas.
Por tanto y por enfocar un poco más el asunto, a mí juicio hay dos frases que definen nuestro tiempo político posmoderno. Una es "No hay alternativa" y la otra "Hemos entendido el mensaje".
La primera quiere expresar lo que literalmente dice. Es decir, que las cosas tienen que hacerse como "ellos" (sean quienes sean "ellos") dicen, sin alternativa posible. Ya dijimos que una frase así tiene resonancias totalitarias, y casualmente tras pronunciarse, los autoritarismos y las crisis de todo tipo han proliferado en el mundo.
La otra frase, que probablemente es hija y sucesora de la primera, viene a expresar justo lo contrario: la opción única del pensamiento único del catecismo neoliberal, ha sido un completo fracaso, y por tanto hay que buscar una alternativa, que sin duda hay. En eso consiste "entender el mensaje". Aunque a los dos días, nuestros líderes ya se olvidan de que lo habían entendido.
Quiénes sean "ellos" o aquellos que establecieron como única alternativa posible la suya, ya es un tema más complejo, porque es cuestión que nos remite a la pregunta de quién detenta verdaderamente el poder en nuestro mundo global.
Evitar las catástrofes requiere saber interpretar sus signos premonitorios. Y uno de esos signos premonitorios es ese "mensaje" famoso que nuestros políticos han dicho en más de una ocasión que han "entendido". Es decir, que no sólo lo han escuchado sino que incluso lo han "entendido".
Lo expresan más o menos así: "Hemos entendido el mensaje", que se acompaña también de: "Necesitamos refundar el capitalismo”.
La realidad es que si Macron sigue la tendencia general emanada de Bruselas (que no va en la línea de refundar el capitalismo porque de hecho no ha entendido el mensaje) y retrasa a sus ciudadanos la edad de jubilación, ellos -los ciudadanos franceses- van y se constituyen en frente popular para parar esa medida y arruinar en la medida en que esté en sus manos el futuro político de Macron.
Es un ejemplo, pero este juego del gato y el ratón, de ir los representantes por un lado y los representados por otro (a lo cual se busca excusa en el concepto de "tecnocracia", que demasiadas veces no es sino un eufemismo de "plutocracia"), es ya una constante de nuestro tiempo confuso y desorientado, y lo que llevamos viendo casi desde la caída del muro de Berlín.
Esa disociación entre representantes y representados, paralela y proporcional a la desigualdad que crece en nuestras sociedades, ha hecho necesario utilizar hasta el empalago el término "populismo" para improvisar una "explicación" (abusiva y poco certera) que les valga a nuestros partidos "sistémicos".
A propósito de la aplicación del término "populismo", el admirado y querido expresidente uruguayo José Mujica, recientemente fallecido, dijo: "La palabra populista no la uso porque la usan para un barrido y un fregado".
Y la inteligencia artificial, que tiene sus cosas pero que en ocasiones hasta parece natural, dice lo siguiente al respecto:
La frase "el término populismo vale para un barrido y un fregado" se refiere a la forma en que el término "populismo" se usa de forma indiscriminada y a menudo de manera peyorativa en el discurso político. Implica que se aplica a cualquier cosa, sin una definición clara, como si fuera una etiqueta fácil para criticar a cualquier político o movimiento que se considere "desafiante" o "radical".
Y una vez escuchada la inteligencia artificial, recobremos el hilo natural de nuestro discurso y sigamos:
Ante el ascenso imparable de la ultraderecha en Europa y en todo Occidente, una ultraderecha (se dice pronto) xenófoba, racista, y nostálgica del fascismo, aupada en gran medida (y esta es la paradoja) por una clase trabajadora precarizada que se siente traicionada por cierta izquierda "oficial" (convertida al neoliberalismo), caben dos opciones:
Una: asumirlo como un hecho neutro, opaco, sin significado ni explicación posible, fruto de la irracionalidad de los tiempos que vivimos, o como mucho, consecuencia de la manipulación y el embrutecimiento que prodigan a manos llenas la telebasura y las redes sociales.
Dos: intentar encontrar una causa más concreta, lógica, y razonable, como pueda ser el hecho de que las apuestas de futuro (apuestas a un solo número, "sin alternativa" y centradas en el neoliberalismo y la globalización) impulsadas por nuestras "élites globales", han resultado totalmente equivocadas.
Y el ejemplo para este última forma de interpretar nuestra crisis lo tenemos en el concepto de "globalización", muy razonable y necesario, por ejemplo, para combatir ciertos desafíos globales y ecológicos, como el cambio climático, o las pandemias, o para dar solidez y eficacia al Derecho internacional, pero muy tóxico para las cuestiones del capitalismo desregulado y financiero (la estafa financiera de 2008 como hito), el combate perpetuo entre democracia y plutocracia (es esta última la que se ha impuesto a nivel "global"), y un auténtico veneno para los derechos laborales y la clase trabajadora, que de aspirar en un tiempo anterior a "internacionalizar" y globalizar los derechos conquistados con sangre, sudor, y lágrimas, ha pasado a ver cómo esos derechos se esfumaban en un santiamén y a sufrir la globalización de su explotación despiadada y de la precariedad laboral.
Y todo ello, como decimos, fruto de la globalización.
Y a esto se une, para completar el cuadro, el deterioro y la ruina cada vez mas globalizada de los Derechos humanos. O sea, el declive del respeto de la dignidad universal del hombre, el Derecho internacional, y el auge y preeminencia del imperio autómata de las maquinas.
Plutocracia y tecnocracia, actuando al alimón, parecen querer alumbrar una nueva distopía globalizada basada en la Ley del más fuerte, que frecuentemente es el que más ha robado, o sea cacocracia como tercer elemento del triunvirato.
Neoliberalismo se asocia con corrupción y delito, como también con desregulación y falta de reglas, o sea, el paraíso de los delincuentes. Hasta se inventan para adornar esta deriva entre neoliberal y tecnócrata un nuevo concepto: transhumanismo.
Ahora bien, si de lo que se trata es de superar el "humanismo", esto ya lo consiguieron y perfeccionaron hace un tiempo Hitler y Mussolini. De hecho, una suerte de futurismo adorador de las maquinas, fue un elemento esencial de los movimientos fascistas, y acabó en la implementación industrial del genocidio.
Ante este panorama, puede darse la paradoja de que nuestros representantes, que dijeron que habían entendido el mensaje de los ciudadanos y que iban a refundar el capitalismo, no lo hayan entendido o no lo hayan querido entender, al tiempo que cada vez más ciudadanos entienden el significado y consecuencias del mensaje que con sus decisiones, nuestros representantes emiten.
Como son mensajes contrapuestos, quizás eso explique el distanciamiento entre representantes y representados, caldo de cultivo para los que pescan en río revuelto. De ahí el auge del neofascismo.
El juego de la "representación" política es un elemento esencial y legítimo del sistema democrático en sociedades evolucionadas y complejas. Ahora bien, ese juego se basa en un arco de flexibilidad variable que no debe superar ciertos límites. Si la distancia entre representantes y representados se fuerza demasiado y durante demasiado tiempo, el juego democrático sujeto a una tensión insoportable se rompe y empiezan los problemas. Unos problemas que según nos enseña la Historia no son nuevos y pueden acabar muy mal.
Y más o menos en esas estamos.
Que nuestras autoridades europeas aún estén "revisando" si en Palestina se vulneran los derechos humanos (como se leía ayer en la prensa), dice mucho de la calidad de sus entendederas y de su ceguera de altura, pero sobre todo de la magnitud de su hipocresía.
Existe una Europa que sigue siendo europea, y por tanto crítica, y está en las calles protestando por el genocidio en Gaza.