Democracia plena

Cuando nuestra democracia sea "plena" (y no va a ser pasado mañana) nuestra Ley de secretos oficiales también será distinta, y hasta con un poco de suerte ya no será franquista ni monárquica, sino demócrata.

Quizás los que son jóvenes ahora lo lleguen a ver, aunque si este tema de la transparencia les importa un pimiento y la costumbre de ser engañados una y otra vez no les irrita, esa reforma necesaria para conseguir una democracia plena y un mejor gobierno, probablemente se retrase sine die.

Veía estos días en uno de los capítulos de la serie "Momentos decisivos. La bomba y la guerra fría", disponible en Netflix (estupenda serie), la apuesta que hizo Gorbachov en su momento por la Glásnozt, o sea por la transparencia informativa. Intentaba el nuevo líder soviético dejar atrás, con esa nueva transparencia (tal es la virtud que le atribuía), todo el oscurantismo, la corrosión, y el deterioro que arrastraba como régimen la Unión soviética. Aquellos dirigentes soviéticos del momento fueron conscientes (sobre todo después del desastre de Chernobil) que no podían seguir como hasta entonces.

Como inciso digamos que nosotros deberíamos haber llegado a la misma conclusión a la que llegó Gorbachov después de Chernobil, tras nuestro golpe de Estado del 23F, que marca también un antes y un después, y cuyo origen y plan muchos expertos bien informados atribuyen a la casa real.

Claro está que sin transparencia oficial (a estas alturas) para este tipo de sucesos históricos, nuestra democracia no puede llamarse plena y seguiremos siendo ciudadanos engañados e infantilizados. Esos siervos obedientes y ciegos que requiere toda monarquía a la vieja usanza y toda democracia defectuosa.

El secretismo y el oscurantismo soviético en torno al desastre nuclear de Chernobil llevó a que fuera una central sueca la que diera la voz de alarma sobre los niveles de radioactividad detectados. Incluso en un primer momento los suecos pensaron que esa radioactividad procedía de su propia central. Luego todo quedó aclarado.

Así como muchos soviéticos se enteraron por informaciones procedentes del extranjero sobre lo que ocurría en su país, así también muchos españoles, en tiempos de Franco, podían llegar a saber -con un poco de suerte- aquello que el régimen quería ocultarles.

El caso es que ese vicio oscurantista del franquismo, propio de todo régimen totalitario, no terminó con la Transición, y aún hoy arrastramos bastante entera esa lacra, facilitado todo ello por medios, instituciones, y personas, que han querido colaborar y contribuir a esa oscuridad y al engaño que conlleva.

Podrá todavía ocurrir en nuestros días que nos enteremos de hechos que nos afectan directamente o a nuestra jefatura del Estado por informaciones procedentes del extranjero, antes que por las informaciones de nuestros propios medios.

Un régimen que tiene miedo y alergia a la verdad no puede llamarse demócrata.

Quizás ya no estemos en la situación y el escenario que describe David Trueba en su último artículo para El País ("La casa real no se toca"), pero como aún nos queda bastante camino para llegar a ser una democracia de verdad, se hacen imprescindibles denuncias como la expresada recientemente en Twitter por la periodista Ana Pardo De Vera: 

Es de suponer que si nuestra Glásnozt no se lleva a cabo ya, tantos años después del final biológico del franquismo, seguiremos con ese goteo continuo de revelaciones sorprendentes, y con ese picoteo suplicante de migajas demócratas, cual gorriones flacuchos en un parque invernal.

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