La iziquierda que embiste
Como dice Andrés Trapiello, vivíamos bien sin Franco, pero sin franquistas y antifranquistas viviríamos todavía mejor. Es la síntesis más acertada que me sale al paso en el momento cincuentenario de la muerte de Franco que acabamos de conmemorar.
No me inspira el sectarismo si sostengo que las fuerzas están repartidas muy desigualmente. Veo un franquismo replegado (no confundir con las desinformadas hordas ultraderechistas de última generación) y un antifranquismo de efecto retroactivo en la izquierda.
Una precisión: me refiero a la izquierda que embiste, no la izquierda que piensa y maneja el mito de las dos Españas como algo superado por la sociedad española. Aquella izquierda airada fuera de contexto no soporta la idea de que el retorno a la democracia cursó sin épica revolucionaria, sin escarmiento público al dictador, sin barricadas para tumbarlo.
Son los "progres" de la ira. Tratan al discrepante como si fuera un hereje y, en nombre del Gobierno "progresista", se venden como luces de posición en los espacios mediáticos.
Tienen serias dificultades para asumir que la recuperación de las libertades se hizo sin traumas porque la voluntad de entenderse entre franquistas y antifranquistas de la época -los de ahora han mutado visiblemente- se impuso a cualquier otra consideración.
Ciertas voces de la izquierda de aquí y ahora echan de menos un final abrupto. Que el dictador, el sátrapa, asesino de vidas y de razones (Lluis Llach dixit) muriese en la cama les chafa su discurso de la memoria democrática.
Les parece insoportable que, cuando Franco se fue de este mundo hace cincuenta años en la cama de un hospital, una parte del pueblo se encerrase en casa a esperar novedades mientras otra hacía colas interminables ante el féretro instalado en el Palacio de Oriente.
Lamento constatar que en esos sectores furiosos de la izquierda se está reproduciendo el síndrome de la generación amputada del 36. Aquella que se repartió entre la España franquista y la España del destierro. Hasta que el tránsito de la dictadura a la democracia (1976-1978, cien días para la historia de la reconciliación) las anudó, después de que ambas sufrieran el mismo vacío machadiano, la misma maldición galdosiana de españoles condenados a "vivir en la agitación permanente, como salamandra en el fuego".
Las dos sufrieron la ausencia del otro. Lo que no sabían entonces los artífices de la Transición, unos y otros, los franquistas y los del exilio es que, pasado el tiempo, iba a soplar el viento revanchista de gente interesada en reabrir viejas heridas.