Al final, el juez le creyó
Elisa Mouliaá, que se atrevió a dar la cara y denunciar los abusos sexuales de Iñigo Errejón, no solamente paso por un interrogatorio judicial, al límite de lo tolerable, sino que fue denigrada ante la opinión pública. Tal vez por eso, el resto de las mujeres que contaron en redes sociales las "andanzas", acosos y tocamientos, nunca presentaron denuncias.
Al final, el juez Adolfo Carretero, que cuestionó en sus preguntas que ella hubiera hecho lo suficiente para defenderse, ha decidido procesar a Errejón, y que sea un tribunal el que decida su culpabilidad o no.
La razón que esgrime es que "el principal indicio es la declaración de la perjudicada", o sea: ha creído su relato. O, por lo menos, no quiere asumir el papel de "juzgador". Pero, en el fondo, no tiene muy claro que no vaya a existir una sentencia condenatoria y, por tanto, no se puede archivar la causa sin más.
Iñigo Errejón, que dejó súbitamente todos sus cargos políticos dentro de Sumar, creando un verdadero cisma en la formación ante la gravedad de las acusaciones, envío un escrito en el que reconocía que había llegado al límite de la contradicción entre "el personaje político y la persona", al tiempo que trataba de justificar sus actos con el argumento de que la intensidad de la vida política había "desgastado mi salud física, mental, y mi estructura afectiva y emocional". Es decir, que tenía problemas para relacionarse socialmente.
Era una forma hiperbólica y muy fina de reconocer sus problemas que, contados por sus presuntas víctimas, resultaban mucho más pedestres y groseros. Meterle mano en el culo a una chica en un concierto queda mucho más elegante si se describe como un desgaste de la estructura afectiva.
Tal vez, por eso mismo, creyó que tras las declaraciones de Mouliaá, se iba a ir de rositas. Su abogado ha dicho que recurrirá el procesamiento y ha vuelto a arremeter contra ella.
Pero, la pregunta sigue siendo la misma: ¿como se va a atrever una mujer a denunciar una agresión sexual, sin testigos, sabiendo el coste social y personal que supone el relato pormenorizado de las vejaciones y la sospecha de que no hizo lo suficiente para defenderse.
La política, pese al fango que la encharca, no crea monstruos. Se viene así de casa. Lo que sí provoca es la sensación de impunidad, de "no se van a atrever a denunciarme". Lo que resulta más hiriente es que los protagonistas de las últimas historias sean personajes que fundaron una formación declarada feminista como Podemos y que se prodigaran encabezando manifestaciones a favor de la igualdad.