Pelotazo inmobiliario tinto en sangre
No porque Feijóo se resista a pronunciar la palabra genocidio deja de ser un genocidio lo que Israel perpetra en Gaza. Ojalá la omisión de la palabra que lo nombra hiciera desaparecer el hecho, pero la verdad poética de que es la palabra la que crea lo que nombra no rige en la verdad prosaica, en aquella en que un matanza de civiles y la destrucción de cuanto poseen es, se le llame como se le llame o no se le llame nada, matanza y destrucción.
No sólo sin freno ni límites, sino estimulado por la aniquilación de todas las reglas de la civilidad emprendida por su nodriza americana, Netanyahu y sus secuaces pueden, y lo están haciendo, exterminar al pueblo palestino de Gaza para, luego, edificar sobre la tierra arrasada y los cadáveres sepultados bajo los escombros el "resort" para gentuza que dicen tener planeado, que tal es, al parecer, el fin último de ese genocidio, un pelotazo inmobiliario tinto en sangre. Lamentablemente, el muy tardío reconocimiento del estado palestino que la mayoría de países del mundo está expresando en la Asamblea General de la ONU, en la que los propios palestinos concernidos no pueden estar porque la dicha nodriza, Trump, les ha negado el visado, el acceso a la casa comunal de las naciones, no habrá de detener el genocidio.
El mundo se desliza, empujado por psicópatas y gangsters, hacia el abismo del todo vale para el más fuerte, y los gestos sensatos y civilizados que tratan de frenar esa caída tienen, sin duda, su valor, bien que puramente testimonial. Entre esos gestos, el valiente de España al arrastrar a grandes países, Francia, Reino Unido, Canadá o Australia al reconocimiento de Palestina, tiene además para nosotros, los españoles, un valor superior, pero si a uno le hubieran dicho hace algún tiempo que, rompiendo nuestro sentir mayoritario, casi un 20% de españoles según la encuesta del Instituto Elcano no ven el genocidio, o no lo quieren ver, o lo justifican, o lo jalean, no lo habría creído. Hoy, sin embargo, se puede creer cualquier cosa, cuando la única creencia que salvaría al mundo del caos y el horror es en la posibilidad de parar como sea ésta carnicería.