Con el tiempo y una caña
Los solsticios nos recuerdan la repetición y los ciclos de la naturaleza, pero también los vaivenes de la Historia. Ahora estamos en invierno en más de un sentido, aparte del meramente natural.
Después de la sombra renacerá la luz, pero los inviernos en la Historia a veces duran más. Parece que nos adentramos en un invierno largo. Históricamente un invierno reaccionario.
Los solsticios nos recuerdan también la fuerza del tiempo (que no cesa) y la realidad de los cambios. Las mutaciones no cesan, solo cambia el sentido. Hacia adelante, hacia la luz, o hacia atrás, hacia la sombra.
La palabra "consenso" es hermosa, y sin embargo a muchos nos trae malos recuerdos porque nos devuelve a la memoria el bipartidismo corrupto, turnante y tunante, o nos huele a "gran coalición", ese invento del poder corrupto, enquistado e inmóvil. O sea nos suena a todo lo opuesto de una dialéctica y confrontación positiva y civilizada orientada al "bien común".
Más que a una fabrica de logros comunes, muchos asociamos ese concepto a una tenaza de privilegios, corrupción, y trampas, "sin alternativa", que nos ancla y ata al tiempo de los privilegios, la impunidad, y las estafas.
En resumen, algunos parecen añorar e invocar ese concepto en falso como un instrumento idóneo para el fin de la Historia, en el sentido erróneo y funesto de Fukuyama: el neoliberalismo cristalizado y reflejado en todas partes, y nosotros como pequeños insectos atrapados en ese ámbar cristalino y fósil.
Cosas de nuestra Historia reciente, fruto del consenso pactado para beneficio de los de siempre.
Por ejemplo, el consenso sobre la impunidad de la monarquía y la necesidad consensuada de ocultar sus fechorías.
Y es que si se descubren las fechorías (que deben ocultarse), se descubre al mismo tiempo el absurdo retrógrado de su impunidad. De ahí la necesidad del "consenso" idiotizante.
El concepto "consenso", sujeto a alabanza interesada, nos recuerda también al consenso de las puertas giratorias, que iguala y une en una misma sinvergüenzería a Felipe González y José María Aznar, al PSOE de entonces y al PP de siempre.
El concepto "bien común" también suena estupendamente y no ha perdido su aureola progresista ni su prestigio humanitario, pero al día de hoy se ha perdido gran parte de lo conseguido bajo su influjo. Y esto deliberadamente y bajo la inspiración del extremismo neoliberal. De forma que, como acontece con la mejor parte de nuestra Constitución, no tiene una existencia real, sino meramente teórica y nostálgica.
Recientemente un estudio nos ha mostrado una atención primaria saqueada y mal funcionante, con listas de espera de una semana, 17 días, o incluso un mes.
Parece que no nos libramos del cierre pandémico ni del saqueo neoliberal en el primer nivel y base de nuestro sistema sanitario. https://elpais.com/sociedad/2024-12-22/mapa-de-la-atencion-primaria-en-espana- mas-de-la-mitad-de-los-centros-de-salud-citan-pasadas-48-horas.html#? prm=copy_link)
Con el tiempo y una caña descubriremos que la confrontación en buena lid y sin trampas es el mejor instrumento para el desarrollo democrático y el bien común. Y que esto tiene muy poco que ver con aquel consenso antiguo inspirado por la corrupción y el neoliberalismo.
Con el tiempo y una caña volveremos también al principio del hilo de la madeja que actualmente enreda y confunde a delincuentes y fiscales.
Y es el principio y comienzo de ese hilo la confesión de algunos delitos -a través de su abogado- por parte del novio de la presidenta de una Comunidad autónoma, la cual ha utilizado el aparato administrativo del que dispone como cargo institucional (financiado con dinero público) para proteger a su novio confeso.
O sea volveremos en buena hora al enjuiciamiento de aquellos delitos y a la calificación de la posible malversación de dinero y medios públicos perpetrada para proteger a su presunto autor.
Esto claro suponiendo que en España aún queda un resto de justicia independiente y capaz de distinguir entre unas cosas y otras, y entre delitos y enredos ad hoc.
Volveremos en definitiva a la esencia y matriz del embrollo, a los delitos y las penas, por un lado, y a los bulos del jefe de gabinete de la susodicha presidenta, fabricados para enredar, por el otro.
Y como la fe en la primavera es instintiva, con el tiempo y una caña y a la vuelta de algún solsticio, incluso nuestros jueces menos diligentes pueden llegar a averiguar quién es M. Rajoy, de nombre misterioso. No pierdan la paciencia ni la fé en nuestra justicia.
Con el tiempo y una caña no pediremos a Felipe VI como un favor que renuncie a su impunidad (parece que así lo han hecho recientemente algunos juristas), ese privilegio infame, retrógrado, y medieval, sino que como ciudadanos soberanos y modernos lo exigiremos y elegiremos para ello a representantes que así lo legislen.
El discurso navideño de este año de nuestro monarca y jefe de Estado habría tenido un elemento de sorpresa y credibilidad, de renovación en suma, si al lado de la alabanza del "bien común" hubiera declarado incompatible con nuestra Constitución y con ese "bien común" al neoliberalismo rampante, tal y como lo defienden por ejemplo Ayuso y Milei, que al igual que otros extremistas de la misma barra actúan en imitación servil de Trump y Elon Musk, y en defensa de los intereses, poco comunes, de la plutocracia.
En tanto esa circunstancia concreta no se dé, muchos seguiremos pensando que al igual que otros años se trata de palabras vanas, "flatus vocis" que no ocultan un régimen plutócrata con adornos y parafernalias medievales.