Desafíos diferentes
Hasta ahora los gobiernos de Pedro Sánchez se han mostrado sólidos e incombustibles ante situaciones muy difíciles y una presión constante por parte de la oposición de la derecha. No han podido con ellos ni pandemias, ni volcanes, ni jueces conjurados en una cruzada por deslegitimar su gobierno, ni viejas guardias socialistas, más amigas de las puertas giratorias que de los derechos laborales.
Los gobiernos de Pedro Sánchez han sabido apaciguar y encauzar el lío catalán, que tanto contribuyó a enredar el PP. Un partido que casi siempre la lía parda, ya se trate de guerras ilegales, como la declarada contra Irak, con sus consecuencias posteriores en forma de terrorismo, ya se trate de dar una respuesta a la acción legítima de la oposición política dentro del marco democrático, donde también impulsó una guerra ilegal a través de las cloacas del Estado y de una policía partidista y antidemocrática. Sigue siendo ademas el partido que ostenta la marca (o el récord) del partido más corrupto de Europa. A demás ha colocado en Madrid a una líder extremista que muy bien pudiera estar en VOX y que se declara admiradora de Trump y Milei. Todo esto es combustible para el motor de Pedro Sánchez.
Sin embargo, el gobierno de Pedro Sánchez se enfrenta ahora a desafíos de otro calibre, y muy diferentes a la oposición sistemática y bastante disparatada de la derecha nacional, que mientras tanto se debilita de forma insensata y voluntariamente arrastrando el caso Mazón y arrastrando también, sin arrepentimiento ni rectificación, la vergüenza de la guerra sucia y antidemocrática (policía patriótica por medio) del gobierno de Rajoy.
CLUB MILITAR
El gobierno de Pedro Sánchez se enfrenta ahora (y es un desafío muy diferente) al efecto entre sus propias filas y votantes del gasto en defensa. Un gasto en armas descomunal y disparatado, ordenado por Trump y subsidiariamente por la OTAN, y que ha de coexistir con un deterioro lamentable y ya inasumible de nuestra sanidad, educación, y vivienda.
Se hace muy cuesta arriba, para ciudadanos honestos, estar en el mismo club militar que Donald Trump. Que además, se lleva muy bien con su homólogo en amenazas y barbarie neofascista, Putin. Hasta parece negociar sus planes imperiales mejor con él que con nosotros.
A Ucrania le exige que entregue sus riquezas en minerales y tierras raras. A Dinamarca le exige que se olvide de Groenlandia, y a esta que se ponga a sus pies y se disponga a ser invadida. A nosotros nos exige que le saquemos del apuro económico que está pasando (entre otras cosas por suprimir impuestos a los muy ricos), gastando un dinero que no tenemos (tenemos que endeudarnos) en comprar sus armas, que aún así están sujetas en gran medida a su control operativo.
A su homólogo en barbarie y ambiciones imperiales, Putin, le exige más bien poco.
Donald Trump ha resultado ser amigo y aliado no solo de Netanyahu, genocida en busca y captura, sino incluso de Putin, que también está reclamado por los tribunales internacionales. De ahí que uno de los principales empeños de Trump sea acabar con el Derecho internacional y sus tribunales.
Con Putin hizo ya buenas migas en un momento en que las técnicas de difusión masiva de bulos experimentaban un auge extraordinario de cara a las campañas y convocatorias electorales, bastante imbuidos ambos mandatarios de los nuevos instrumentos tecnológicos y de las enseñanzas de Goebbels en el campo de la mentira y la manipulación.
Pedro Sánchez y todos los políticos sensatos deberían ser conscientes que de nada sirve tener muchas armas si no tienes medios suficientes para combatir el cambio climático o afrontar la próxima pandemia o mantener en buen estado los servicios públicos.
No son las armas lo que hay que excluir del calculo del déficit. Lo que hay que excluir del calculo del déficit es la educación, la sanidad, y la vivienda, por poner un ejemplo.
ENERGÍA Y LUCRO
Qué supone recortar y privatizar servicios públicos ya lo supimos durante la pandemia. Muchas víctimas de esta crisis ya no pueden contarlo. Ahora lo hemos vuelto a comprobar durante el apagón.
Unas y otras, experiencias sanitarias (la pandemia) y experiencias energéticas (el apagón), son experiencias duras que debieran servir de impulso para el aprendizaje y la rectificación. La letra con sangre entra, decían los antiguos, pasándose probablemente de crueles, aunque hay en ese dicho algo que coincide con la realidad: en todos los seres vivos las experiencias dolorosas o desagradables dejan, por pura funcionalidad biológica, una impronta que casi siempre modifica y orienta el comportamiento. Quizás los reflejos de Paulov tengan algo que ver con esto en un estrato profundo e inconsciente. Los animales más evolucionados, con un estrato neurológico superior, consciente y reflexivo, como se supone que son los seres humanos, tienen además de estos automatismos reflejos orientados a la supervivencia, un manejo más libre y flexible de los aprendizajes basados en la experiencia, que determinan las respuestas que más convienen.
Aunque otro dicho clásico afirma que el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra.
Probablemente este último dicho se refiere a un animal humano ya muy politizado.
El "apagón" es un símbolo de lo que supone privatizar servicios esenciales y estratégicos. La forma de diseñar "el mix eléctrico de cada día" puede estar determinada por el criterio público de la seguridad y la utilidad pública, o por el criterio mezquino del enriquecimiento de unos pocos. Es la diferencia que va de tener esos servicios estratégicos en manos del Estado y bajo control público, o en manos privadas.
Extraer una lección útil y contundente del apagón eléctrico (diseño del mix, entre otras cosas) para el debate más amplio de lo "público versus privado" (sanidad, educación, energía...), es otro de los grandes desafíos presentes para el gobierno de Sánchez, si quiere recuperar o mantener un aliento progresista con opciones de futuro.
Aunque hay que contar, lamentablemente, con que la plutocracia ya nos domina (ahí tienen el ejemplo rotundo de Estados Unidos, pero también de Bruselas) y tiene en todo el orbe un amplio abanico de comodines dentro del poder político.
Estos días podía leerse en El País lo siguiente:
“Un alto cargo socialista que formó parte del equipo de José Luis Rodríguez Zapatero explicó hace años a un diputado de a pie ―extrañado de que se invitara regularmente a debates a representantes de una de las grandes compañías energéticas del país― el por qué de la frecuencia de esas citas: “Hay empresas con poder para cambiar gobiernos” (artículo escrito por Santiago Carcar y titulado “El día más oscuro del sector eléctrico”). Lo cual es una definición muy precisa de la plutocracia.
Que las empresas energéticas son un lobby poderoso, lo hemos visto hace poco, cuando un gobierno que se dice progresista (el de Pedro Sánchez) ha retirado impuestos a las empresas energéticas.
El futuro de Pedro Sánchez como político depende de si opta por prolongar esa servidumbre hacia los plutócratas y acabamos convertidos, por esta vía, en un país definitivamente trumpiano y distópico, o si abre nuevas rutas hacia la democracia.