Aquella risa conejil

Cuando Cristóbal Montoro amenazaba a todo quisque, salvo al parecer a las gasísticas, le salía una risilla de conejo. Se ve que disfrutaba con eso. El país se hallaba en lo peor de la crisis económica y de los recortes sociales, el paro, que alcanzaba cifras monstruosas, devastaba el bienestar material y la salud mental de millones de familias españolas, centenares de miles de pequeños ahorradores, jubilados la mayoría, eran estafados con productos bancarios tóxicos en tanto el gobierno de Rajoy rescataba a la banca, y en ese escenario, el ministro de Hacienda, el custodio del tesoro comunal de los españoles, se dedicaba, según se desprende de las investigaciones judiciales conocidas recientemente, a empobrecerlo en beneficio de grandes empresas, de sus amigos, de sus socios y, según se sospecha, de él mismo.

Cuando Cristóbal Montoro, que ya había trabajado con Aznar antes de machihembrarse con las gasísticas, amenazaba con el garrote fiscal a los trabajadores, fueran estos autónomos, empleados, artistas o "creadores de opinión", le salía una incomprensible risa conejil. Incomprensible para los amenazados, que no para él, pues con esa risilla lagomorfa se reía de todo el mundo. Como es natural, todas sus fechorías, salvo la risita, son presuntas en tanto no se produzca la canónica sanción de los tribunales, que es la que va a misa, pero esto de la presunción de inocencia sólo rige, conviene recordarlo, en la esfera judicial, en tanto que los particulares pueden libremente presumirla o no según su criterio, y no digamos según éste se conforme a partir de las pruebas aportadas, que son, en este caso, tan contundentes como inequívocas.

Las turbias andanzas de Montoro en Hacienda fueron, si se confirman en todo su espesor, de una gravedad nunca vista en los nutridos anales de la corrupción política, pues se encaminaron al secuestro de una parte esencial del Estado por una peña de ricos, que hasta redactaban las leyes que les permitían defraudar al Fisco. Como inmorales y sucias sólo serían comparables al Caso Blasco, aquél de la Generalitat Valenciana del PP que consistía en robar los millones destinados a la ayuda humanitaria. Todo se verá, pero lo que ya se vio en su día fue aquella risa conejil tan explícita de lo que ocultaba.

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