La inocencia del fiscal
Diríase que, contraviniendo la más esencial de las garantías procesales, es el Fiscal General del Estado, Álvaro García Ortíz, quien debe demostrar su inocencia. Que sea él quien se ha sentado en el banquillo, cuando numerosos testigos le descargaron de culpa ya en la fase de instrucción, ya sugeriría que en su caso la presunción de inocencia se ha vuelto del revés. De poco valió el voto particular en contra de su procesamiento de uno de los tres magistrados de la Sala de Apelaciones del Supremo, Andrés Palomo, en el que señalaba que no existía no ya ninguna prueba, sino ningún indicio razonable, de su supuesta culpabilidad.
El propio cargo del que se le acusa, el de filtrar la confesión de dos delitos por parte del novio de Ayuso, es peregrino. ¿Filtración? Todos los días, desde que el mundo es mundo, hay filtraciones y se publican, sin que la Administración de Justicia tire la casa por la ventana, sin reparar en gastos, en la búsqueda, captura y castigo del filtrador. Con Álvaro García Ortíz, que reiteró este miércoles su inocencia en el cierre del juicio contra su persona, la Justicia sí ha blandido su enmohecida espada de combatir filtraciones.
Pero si de nada valió aquél lúcido voto particular en pro de archivar la causa, tampoco parecen haber valido para los acérrimos debeladores del Fiscal las testificales de una docena de periodistas que conocieron el documento auto-inculpatorio de González Amador antes que el acusado, y tampoco las que, de entre ellas, aseguran conocer la identidad del verdadero filtrador, innominado merced a la salvaguarda del secreto profesional. Por no valer, y ya en el colmo del despropósito, tampoco parece haber valido el hecho cierto de la ausencia total de pruebas acusatorias contra el Fiscal General.
Por expresar, en base a todo lo descrito, la convicción sobre la inocencia del Fiscal General, al presidente del Gobierno se le han echado encima las derechas, tachándole poco menos que de golpista del Poder Judicial. ¿No puede el ciudadano Sánchez Pérez-Castejón, por muy presidente que sea, expresar su opinión? Hasta ahí podíamos llegar. Y el caso es que hasta ahí y más allá hemos llegado, nada menos que hasta el punto de tener que demostrar la inocencia.