Otras alertas

Comienza la segunda etapa de Trump, ya que la primera no sirvió de vacuna. Y comienza fuerte: ha nombrado como secretario de salud a un “antivacunas”.

Los profesionales de la sanidad estadounidense lo comentan estos días con doliente ironía y amarga previsión:

"Es como poner a un terraplanista al frente de la NASA" (El País).

Como la comparación es válida hay que hacerse a la idea de que en una NASA terraplanista, los cohetes en vez de elevarse al cielo cavarán un hoyo.

Otros apuntan a antecedentes más trágicos como referente de lo que puede ocurrir a raíz de este nombramiento:

“Es difícil exagerar lo terrible que es esta decisión. RFK Jr. no tiene formación médica. Es un antivacunas acérrimo y un promotor de desinformación. La última vez que se entrometió en los asuntos médicos de un Estado (Samoa), 83 niños murieron de sarampión…” (El País).

Lo cual nos lleva a pensar que Trump no ceja en su intento de superar sus propias burradas, porque si ya durante la pandemia COVID aconsejaba protegerse de ella bebiendo o inyectándose lejía, ahora sale con un nombramiento que parece ideado para disparar el número de víctimas.

A lo peor no sabremos nunca en qué medida los mensajes negacionistas y enloquecidos de Trump durante la pandemia COVID, determinaron que tuviera que abrir fosas comunes ante la avalancha descomunal de cadáveres.

A pesar de lo cual, todo parece indicar que los demócratas, a diferencia de lo que hizo Trump, van a respetar el resultado de las urnas y no van a asaltar el Capitolio. Es lo normal y acostumbrado, al menos hasta que llegó él, el empresario tramposo, también en la política.

Así están las cosas de mal, y no podemos escudarnos en que nos pilla lejos o ignorantes, porque Trump tiene en nuestro país rendidos admiradores tan fanáticos como él, y por consiguiente discípulos decididos a seguir su mismo programa.

Verbigracia, la inefable Ayuso y el impredecible Abascal, que en más de una ocasión han rendido pleitesía al kapo yanqui asaltador de Capitolios.

Todo ello es motivo más que suficiente para declarar desde ya la alerta oportuna. Aunque seamos sinceros: las alertas que salvan vidas cada vez se escuchan menos.

Hay incluso quien ve en todos estos desastres y en la insensatez que los propicia, un buen negocio. Como dice el refrán: “A río revuelto, ganancia de pescadores”.

Veo y escucho estupefacto las declaraciones de una consejera (actual) del PP de Valencia, que afirmó hace unos meses ante las cámaras que el cambio climático es un buen negocio y puede favorecer el turismo (en Valencia), alargando la temporada útil. Y se felicita de que gracias al cambio climático, Valencia puede convertirse en la Florida de Europa.

"La consejera valenciana Nuria Montes, en una intervención de hace ocho meses: “Si algo bueno trae el cambio climático es precisamente la extensión de la temporada turística” (El País).

“Indudablemente que es una oportunidad y forma parte de la estrategia de desestacionalización" (Nuria Montes).

Visto así, el cambio climático al que todos los expertos temen por sus consecuencias destructivas, para los políticos del PP es una oportunidad para el negocio (¿de las funerarias?), o incluso una “estrategia”. Y concretamente, una estrategia de “desestacionalización”, porque acabar con las estaciones (las de Vivaldi) es una buena inversión.

Si esto lo traducimos al pensamiento trumpiano, que también es economicista, significaría que una nueva pandemia (cuanto antes mejor) sería una oportunidad única para incrementar la venta de lejía.

Así nos va.

Como saben algunos de ustedes, la película "No mires arriba", del director Adam McKay, es una película tragicómica que en algunos espectadores provoca reflexiones profundas y en otros risas desternillantes, o las dos cosas al mismo tiempo. En cualquier caso es un auténtico prodigio como retrato fiel del "espíritu de los tiempos".

Al contemplar en la pantalla nuestro selfie monstruoso (y sin necesidad de exagerar ni utilizar espejos deformantes), efectívamente uno no sabe si reír o llorar.

En síntesis es una película sobre la batalla cultural en curso que termina con el triunfo de políticos mafiosos (el astrónomo protagonista los llama fascistas) ayudados por los Trolls, y todo acaba con la destrucción del planeta. De manera que no cabe esperar segunda parte.

Tal es la fidelidad del retrato monstruoso que esta película nos hace que la ocurrencia de la consejera del PP valenciano (que considera el cambio climático como una oportunidad para hacer negocios) nos recuerda mucho a la ocurrencia del rico magnate-tecnólogo (¿Elon Musk?) que en la película de McKai considera la caída del cometa que va a destruir todo el planeta como una oportunidad para explotar sus minerales.

Por supuesto, todo sale mal, el delirio se consuma, y el planeta Tierra acaba destruido por el cometa que los negacionistas aconsejaron no mirar.

Mientras tanto los magnates políticos y tecnólogos anexos que han huido a otro planeta en una nave muy exclusiva y poderosa, acaban devorados nada más aterrizar allí por una especie de feroces y juguetones dinosaurios carnívoros.

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