La izquierda no oficial

Todo empezó a fallar a partir de los años ochenta, cuando la izquierda que pasaba por tal, es decir la izquierda "oficial" que tocaba poder, cambió radicalmente y se hizo "neoliberal". Los líderes que protagonizaron y apoyaron ese cambio, muy bien visto desde el poder económico, son conocidos por todos: Felipe González, Tony Blair, y compañía. Otros líderes anteriores, como Olof Palme, y otras interpretaciones de la izquierda, quedaron arrumbados en el baúl de los recuerdos olvidados. El "centro" se hizo de derechas, el bipartidismo se hizo "turnismo" (siempre dentro de la derecha), y la socialdemocracia desapareció junto al "espíritu del 45", según explicó Ken Loach.

Ese viraje tan radical, desde la "izquierda oficial" al neoliberalismo, es el germen de nuestra época, un momento histórico definido por el caos, la violencia, y el miedo. Miedo a otra gran recesión económica, y miedo a otra gran guerra para la que nos van preparando psicológicamente y para la que tenemos que gastarnos de forma urgente y precipitada 800.000 millones de euros en armas, por orden inapelable del capo americano Donald Trump, que quiere hacer negocio e imperio con nuestro dinero.

Para que esos años cruciales, los ochenta, produjeran tal impacto, tan duradero y tan nefasto, y además sin apenas resistencia, sin crítica, y en forma de avalancha de "pensamiento único" (un pensamiento que proponía cierta inutilidad de la "alternativa" y por tanto de la democracia), tuvieron que concurrir y coincidir varios factores: la caída del muro de Berlín; la implosión del régimen soviético (una dictadura de la "nomenclatura" del partido comunista); el aplaudido fin de las ideologías (un bulo en toda regla, como lo fue el fin de la Historia); el cinismo laxo de la posmodernidad; la telebasura como medio de desinformación y deformación de masas; la coincidencia de tres personalidades reaccionarias y extremistas, como fueron Ronald Reagan, Margaret Thatcher, y Juan Pablo II, amigo y protector este último de Marcial Maciel, el fundador delincuente de los Legionarios de Cristo (a Margaret Thatcher le debemos la protección del dictador Pinochet y que este no respondiera ante la justicia, como hoy no lo hacen, siguiendo aquel ejemplo, Putin o Netanyahu); el endiosamiento del mercado, que implica su adoración acrítica, su desregulación salvaje (no pueden atarse las manos de un dios), y su prioridad sobre la dignidad humana y el interés colectivo, etcétera.

Todo ello tuvo consecuencias previsibles y esperables, o incluso podríamos afirmar que muchas de esas consecuencias no eran en realidad efectos colaterales, sino el objetivo buscado.

Entre esos efectos debemos señalar la promoción de la desigualdad extrema y el hundimiento y precarización de las clases trabajadoras y las clases medías. Pero también el impulso de la plutocracia, con su corrupción anexa, puertas giratorias y demás. A lo que debemos añadir el deterioro acelerado del medio ambiente (cambio climático incluido) y la promoción del fraude fiscal, todo ello en el contexto de desregulación y ausencia de normas, y con un resultado neto de malestar creciente en un gran número de ciudadanos.

El mismo origen desregulador tuvo la estafa financiera de 2008 y el austericidio posterior, que acabó de inclinar la balanza a favor de la plutocracia y la desigualdad extrema.

Y en coherencia con el catecismo aplicado, hubo que sumar a este cuadro el saqueo, privatización, y desaparición de los servicios públicos, con los efectos conocidos por todos, desde la ausencia de mecanismos de defensa eficaces durante la pandemia covid (con su gran mortandad rampante hasta la aparición las vacunas), a las actuales dificultades para acceder a la sanidad pública, o el amparo de los rigores del "sistema" neoliberal, que se busca ya no en las estructuras del Estado, sino de forma más pedestre bajo las alas de los padres o los abuelos pensionistas, que tienen que cargar así con el abandono del Estado de sus responsabilidades y con las consecuencias de un modelo fracasado.

Así vista la deriva de nuestro tiempo, nada puede resultar más irracional y absurdo que buscar la solución a nuestros problemas actuales en las opciones políticas de ultraderecha, que hoy rozan la misma barbarie de su actuación en los años 30, y que equivale a buscar la curación en el mismo veneno que ha producido la enfermedad.

Los que hoy buscan soluciones a sus problemas en Ayuso, Milei, Meloni, y el trumpismo en general, harían bien en fijarse en los resultados que ya vemos en Estados Unidos, y el efecto de las decisiones de Trump (su modelo a seguir) sobre sus propios ciudadanos y sobre los ciudadanos de los demás países.

Más razonable sería recuperar las soluciones y las fórmulas socialdemócratas, que tantos beneficios y tan duraderos acarrearon, y que no están ya, desde aquel viraje de los años ochenta, en la izquierda "oficial" que consintió el "austericidio" y el deterioro de los servicios públicos, el abuso y la estafa (aún no resuelta) a los trabajadores interinos, y que hoy suprime derechos y retrasa la edad de jubilación, gasta ingentes cantidades de dinero en armas, y no soluciona el problema de la vivienda. Es razonable por tanto atender a aquellas otras opciones políticas de izquierda, ligadas al 15M, que algunos dicen "alternativas", pero que en realidad están en la estela de una tradición benéfica, humanista, y muy europeísta: la del espíritu del 45 y el progresismo como solución de futuro.

La unidad de la izquierda no vendrá de la "adaptación" de todas ellas al actual "sistema" neoliberal, sino de la rectificación y recuperación de su esencia que hoy se califica (intentando descalificar) como "alternativa", o incluso como "antisistema" y extremista.

No, lo que verdaderamente ha resultado "antisistema" y extremista es el modelo actual, netamente neoliberal, y para llegar a esa convicción no hay más que abrir los ojos y contemplar nuestro tiempo y el malestar que crece.

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