El coco globalista
Empecemos por señalar la paradoja notable según la cual Trump y sus secuaces dicen que van a combatir el "globalismo" (ese coco) mediante el ejercicio del poder imperial. Empezamos bien. O sea, empezamos confirmando que esta gente no es de fiar y su discurso tiene trampa.
La teoría conspiranoica del coco globalista, largamente promocionada desde la ultraderecha, cristaliza finalmente en el disparate trumpiano, que paradójicamente tiene vocación de imperio. El sueño de la razón produce monstruos.
Este coco de las "élites globalistas" y del "globalismo" en general que agita la ultraderecha como espantajo para imponer su discurso retrógrado, nos recuerda mucho al coco aquel de la "conspiración judeomasónica" que agitaban los fascistas y nazis de los años treinta.
En este sentido tanto Naciones Unidas como el Derecho internacional, pertenecen a ese espectro culpable que los ultraderechistas de hoy etiquetan como "globalismo" (en otras ocasiones hablan de la "Agenda 2030"), y con el cual intentan asustar a los incautos, para desorientarlos, confundirlos, timarlos, y acceder al poder, de momento (aunque no siempre) a través de las urnas.
Y decimos "no siempre" porque los intentos de Trump en el episodio de asalto violento al Capitolio de USA (con muertos) y de Bolsonaro en Brasil, aspiraban a saltarse ese trámite "burocrático", "estatalista", y democrático de las urnas, herencia griega y raíz potente de nuestra civilización.
Por lo mismo (y siguiendo el delirio conspiranoico de la nueva ultraderecha) cabe calificar de "globalista" la defensa de los derechos humanos, la defensa de la Naturaleza, y la lucha contra el cambio climático, rasgos todos ellos en que se expresa y manifiesta el "coco" globalista, el cual sostiene que hay problemas que son "globales" y que por tanto no admiten más que una solución (o regulación) global. Esto más que una maquinación maquiavélica de los malvados "globalistas", parece más bien una verdad de perogrullo.
Y tirando de ese hilo delirante de la ultraderecha hacia atrás, incluso el “Derecho de gentes” del Padre Vitoria en el marco de la Escuela de Salamanca, germen del Derecho internacional, sería ya "globalista" avant la lettre, y por tanto más temible que el hombre del saco.
Que esta agenda oscurantista y reaccionaria de la ultraderecha “global” va en serio, lo demuestran las decisiones recientes de Trump respecto a Naciones Unidas, el Tribunal penal internacional, la Organización mundial de la salud, y el acuerdo de París sobre el clima.
Por cierto, la decisión de abandonar la Organización mundial de la Salud procede del mismo sujeto que aconsejó a sus ciudadanos, siendo presidente de USA, combatir la COVID mediante inyecciones de lejía. Por si sirve de referencia.
Es cierto que los lideres europeos han cometido errores, como apostar por el neoliberalismo como modelo económico de referencia, despreciando sus propias señas de identidad, y por tanto el Estado del bienestar y la inspiración socialdemócrata.
Han errado al llamar "reformas" a los "recortes", dejándose arrastrar por la neolengua neoliberal, y se han equivocado al cargar el aumento de la "competitividad" siempre sobre las mismas espaldas, las de los trabajadores.
Han errado al no haber penalizado a los responsables -ni aprendido nada- de la estafa financiera de 2008, fruto de un dogmatismo económico tóxico y fracasado. Y han errado, como dogmáticos neoliberales, al haber pasado la factura de esa estafa financiera a sus víctimas, en forma de austericidio. Error imperdonable que aún hoy tiene secuelas en forma de auge de los partidos neofascistas.
Hay por tanto una parte del globalismo ciertamente errado y fracasado, que es la que atañe a la entrega sumisa al dogma neoliberal y al poder plutócrata que lo impulsa.
El vicepresidente J. D. Vance, que en su discurso de Munich carga contra el globalismo defendiendo el imperio a través de las armas, hace también en ese discurso una defensa de la libertad de expresión sin límites, adoptando un rol (más bien máscara) de "liberal" a la que nos tienen acostumbrados estos timadores.
Lo que no sabemos es si al hacer esa apología de la libertad de expresión sin limites tiene en cuenta el hecho de que él es vicepresidente de Trump, o sea de un presidente que haciendo un mal uso de su poder político y de su libertad de expresión sin límites (como tantas veces), aconsejó a sus ciudadanos inyectarse lejía para combatir la COVID, de manera que tuvieron que reaccionar rápido los expertos en materia de salud (¿serían estos la censura "progre"?) aconsejando a los ciudadanos que no siguieran el consejo que les daba su presidente, entre otras cosas para evitar muertos.
Europa no se debe dejar amedrentar ni embaucar por estos "libertarios" de baja estofa, dignos representantes de la cacocracia. Debe defender, frente a estos timadores profesionales, sus valores humanistas y sus señas de identidad más auténticas.
A lo mejor a los líderes europeos les conviene leer, para levantar la moral y como acicate para la defensa de nuestro modelo propio, el artículo de Héctor Abad Faciolince titulado "La discreta grandeza de Europa", publicado en El País recientemente.
Leo en el mismo medio una noticia triste y reciente:
"Jocelynn se suicidó tras ser acosada en el colegio por el estatus migratorio de su familia”.
Se refiere a una niña de 11 años. Así crece el fascismo.