El negocio de la guerra
Espero que me echen una mano quienes sostienen que la funesta manía de pensar es el origen de las enfermedades mentales, porque se me ha ocurrido comparar el mal fario de un fabricante de paraguas en plena sequía. Y no me cabe ninguna duda de que, en sus horas libres, se cansó de pedirle al dios de la lluvia que le liberase de la ruina económica.
¿Quién iba a comprar paraguas en un entorno de nubes perezosas?
No es el caso de la industria de la guerra, la "hibrida" (sabotajes, hackeos y desinformación, básicamente). Está en pleno subidón. Se veía en las caras de los directivos de las principales empresas españolas del sector, que este jueves se reunieron con el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en el Palacio de la Moncloa.
En el ambiente de la reunión flotaba la buena nueva del compromiso anunciado en marzo por la presidenta de la Comisión Europea, Úrsula Von der Leyen, de movilizar nada menos que 800.000 millones de euros para el rearme de la UE, a fin de aprobar una asignatura pendiente tras las décadas transcurridas en la lógica de la paz.
Eso se acabó. También en España, donde la lógica de la guerra empapa ya los espacios políticos y mediáticos del país en el marco de unos climas de opinión forjados en el miedo al expansionismo de Rusia y el infantilismo reinante en la Casa Blanca.
El rearme se impone en el ecosistema geopolítico a esta parte del mundo. Cursa en las cancillerías como una contingencia más de las relaciones internacionales Pero el asunto es poliédrico y da para muchas interpretaciones. Desde los pacifistas a la izquierda de la izquierda, que se sientan junto a Sánchez en el Consejo de Ministros hasta los teólogos del "si vis pacem, para bellum". Unos siguen aferrados a la doctrina Ferlosio ("Dicen que la patria es un fusil y una bandera. Mi patria son mis hermanos, que están labrando la tierra). Y otros te llevan al huerto del rearme como respuesta ante la "real" amenaza de Rusia.
Escucho en distancia corta a un empresario privado del sector. Con aséptica pedagogía sobre la ineludible necesidad de gastar más en defensa, explica su vocación de servicio a la sociedad amenazada. Sostiene que estamos en el punto máximo de riesgo de confrontación bélica.
Y tiene razón.
Es verdad que el mundo alcanza el pico más alto de conflictos bélicos desde la Segunda Guerra Mundial. Pero no deja de ser perturbador tener que compatibilizar esa vocación de servicio a los demás con la oportunidad de negocio que los tambores de guerra (con la vuelta a los servicios militares de los jóvenes, voluntarios o no, según los países) ofrecen a las cuatrocientas empresas españolas que trabajan en este sector (cifras del Ministerio de Defensa).