30 años después sale la verdad sobre la macabra y agónica muerte de Lola Flores

Según recoge EsDiario, la veterana periodista social Pilar Eyre aparca esta semana las crónicas de las Casas Reales para hablar, cuando este año se cumplirán 30 de su fallecimiento, de Lola Flores y cuenta, en su blog de la revista Lecturas, que “una exhausta Lola se internaba cuando no podía con su alma, se medicaba, le daban quimioterapia y, cuando se creía curada, daba una exclusiva y actuaba de nuevo, a pesar de los consejos de los doctores. Era una espiral demencial de viajes, espectáculos, películas, televisión, series o si no entrevistas pagadas con noticias que casi siempre eran inventadas. Todo sumaba porque ¡tenía tantas bocas que alimentar! ¡Tantos agujeros! ¡Y sus deudas con Hacienda!”.
Aporta Eyre unos detalles desconocidos y bastante macabros sobre el final de la matriarca de los Flores:
“José Luis y Sylianne de Vilallonga vieron cómo se desangraba a chorros en Florida Park y la llevaron a París, a una consulta con el mejor oncólogo del mundo, en el Instituto Pasteur. Le dijo que aún había posibilidades de cura, una operación, un tratamiento, unos meses retirada... “¿Meses?” Dijo ella. “¡No puedo!”. Y se fue tal como había entrado, aunque quizás ese doctor le hubiera podido salvar la vida. Lola hizo un último programa de televisión con su hija, gracias a la abnegación de Lolita pudo grabarse, y continuó saliendo al escenario, con los pechos abrasados, ahogándose, hinchada por la cortisona, con enormes bultos, picores y llagas en todo el cuerpo”.
La periodista catalana habla de los últimos días de Lola Flores:
“Actuó en las Fallas de Valencia e hizo una última visita, genio y figura, al casino de Monte Picayo. Después se metió en casa y dijo, ‘que nadie venga a verme, no puedo más’. Ya no había dinero, Lolita aportaba todo lo que podía, Lola se miraba en el espejo, sin peluca, con el cuerpo escuálido y gemía, ‘¡ay, Lolita Flores, para lo que has quedado!’. Se asfixiaba, amaba a sus hijas, pero sus pensamientos eran para su Antoñito, y si no quería irse, a pesar de sus sufrimientos atroces, era por ese niño, para no dejarlo desamparado. Era consciente de la inmensa carga que ponía en los hombros de su hija mayor, porque sus últimas palabras antes de morir fueron para decirle “hay que ver lo que te dejo…”
Pilar Eyre aporta más detalles: “Poco antes había llamado a su marido y le había suplicado con su voz honda que apenas se entendía: ‘Te pido perdón por todo el mal que te he hecho’, y Antonio le contestó entre lágrimas: ‘No me has hecho nada, nada tengo que perdonarte’”.
Y concluye:
“A las seis de la mañana del día 16 de mayo de 1995 murió en los brazos de su amiga más fiel, Carmen Mateo. Todos lloraban cuando llegó Antoñito gritando ‘¿dónde está mi madre?’ Cuando le dijeron que estaba muerta, pegó un puñetazo en la pared y se rompió la mano, que llevó escayolada hasta su propia muerte. Entró en la habitación de Lola y estuvo horas allí dentro, encerrado, lo oían hablar, gritar, reñir, suplicar, cantar... Silencio. No quiso ir al entierro, ¡empezaba para él su tiempo de descuento! ¡Quince días! Quince días tardó en reunirse con su madre en las praderas celestiales, juntos ya para siempre”.