Un emérito sin filtros cuenta un turbio asunto: Cristina contra su hermano Felipe

Juan Carlos lo cuenta todo, o casi, en sus memorias. Cada vez que sabemos más pasajes menos Reconciliación parece. Habla de un hecho clave cuando ‘voló’ el título de Duquesa de Palma
En la imagen de archivo las infantas Cristina y Elena junto a su padre el rey Juan Carlos I
En la imagen de archivo las infantas Cristina y Elena junto a su padre el rey Juan Carlos I

Según recoge EsDiario, el Rey Juan Carlos I vuelve a abrir las heridas más dolorosas de su familia en Reconciliación, el libro de memorias escrito junto a la periodista e historiadora Laurence Debray, que acaba de publicarse en Francia. En él, el Rey Emérito repasa sin tapujos los años más convulsos de la Casa Real, marcados por el caso Nóos, el proceso judicial que sacudió los cimientos de la monarquía y dinamitó la relación con su hija, la Infanta Cristina.

“Tuvimos disputas terribles”, admite el Emérito con una franqueza inusual, reconociendo el daño emocional y político que aquel escándalo provocó en la familia.

Juan Carlos rememora los años en los que todo parecía funcionar en la familia. “En dos años había casado a mis dos hijas”, recuerda. La Infanta Elena, en 1995, con Jaime de Marichalar, y la Infanta Cristina, dos años después, con Iñaki Urdangarin, a quien entonces definía como “un deportista ejemplar y un yerno simpático”.

“Mi hija Cristina era muy independiente”, escribe, recordando con orgullo los inicios del matrimonio, los cuatro hijos y “la felicidad de una familia que me llenaba de orgullo”. Pero aquella imagen de unidad se resquebrajó con el estallido del caso Nóos, que el propio Emérito describe como “un cataclismo para el que nadie estaba preparado”.

“Todos nos quedamos completamente sorprendidos por las acusaciones. Nadie imaginaba lo que se nos venía encima”, confiesa el antiguo Monarca.

Juan Carlos no oculta su indignación ante el tratamiento judicial y mediático del caso. Asegura que la imputación de la Infanta Cristina fue “una búsqueda deliberada de notoriedad” por parte del juez instructor.

“Quiso hacer de mi hija un ejemplo y poner a la Corona en el banquillo”, escribe.

El Rey Emérito recuerda con especial amargura las cinco horas de declaración de su hija ante el tribunal, “respondiendo a 400 preguntas con una gran dignidad”, aunque admite que “la imagen para la Corona fue desastrosa”.

“La justicia es la misma para todos”, subraya, recordando que ni Cristina ni Urdangarin recibieron trato de favor. “Sospecho que, por ser el yerno del Rey, tuvo que pagar su falta más que los demás. Los medios se ensañaron, las filtraciones destruyeron su intimidad y fueron difamados sin piedad”, denuncia.

Navidades sin Cristina y un hogar dividido

El Rey Emérito revela que las consecuencias familiares fueron demoledoras. “Durante dos años consecutivos, Cristina y su familia no estuvieron presentes en las cenas de Navidad en Zarzuela”, confiesa.

Aquella ausencia, asegura, hizo sufrir especialmente a la Reina Sofía, “privada de la alegría de ver a sus nietos”. La presión mediática era tan intensa que la propia Casa Real trató de aislar el escándalo, imponiendo un “cortafuegos institucional” que dejó a Cristina y a su esposo fuera de toda actividad oficial.

“Sugerí a mi hija que renunciara al título de Duquesa de Palma como gesto honorable, pero ella se negó, convencida de que debía defender su honor y el de su hermano”, explica.

Finalmente fue Felipe VI, ya en el trono, quien en 2015 le retiró el título. “Ella estaba dispuesta a hacerlo”, asegura el Emérito, “pero no esperaba semejante regalo de cumpleaños de su hermano”.

La parte más humana y desgarradora de las memorias llega cuando Juan Carlos recuerda el día de su abdicación. “Le dije que no era bienvenida”, confiesa. Fue una decisión dura pero meditada: “Pensé que, incluso para ese día esencial para mí y para toda la familia, era mejor que mantuviera su discreción”.

Hoy, con la distancia que le da su retiro en Abu Dabi, el Rey Emérito admite que aquella decisión fue dolorosa, pero necesaria. “Ahora me doy cuenta de que hice bien. Hemos sabido dejar atrás nuestras diferencias y nuestros dolores para preservar nuestra relación filial”, escribe con tono de reconciliación.

“Sus visitas y las de sus hijos me llenan de alegría. Su afecto me es precioso.”

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