Hay que tener mucha vocación

Los docentes de primaria y secundaria se quejan de que los estudios universitarios que les permiten ejercer su labor no son los más adecuados. Y es que hay que tener mucha vocación para enfrentarse a un aula de adolescentes que gritan, se insultan, no atienden, y muestran nulo interés por las materias impartidas. De los profesores se espera todo, capacidad de despertar curiosidad, empatía, comprensión ante las dificultades del aprendizaje y paciencia, mucha paciencia. A cambio, los interinos son despedidos cuando llega fin de curso.

Todo esto viene reflejado en el informe de la OCDE y la UE sobre la situación de la docencia en Europa. Que, entre otras cosas, refleja que la disciplina escolar es uno de los problemas de España. Aconseja colocar a los docentes más preparados en los centros complicados. Pero ¿qué maestro, después de largos años intentando imponer orden en la clase, no busca aulas más fáciles? Por último, y como dificultad añadida, se quejan de un exceso de burocracia que les hace perder tiempo en lo que debería ser su tarea principal: preparar las asignaturas para hacerlas comprensibles.

Precisamente, un profesor de un centro privado les decía estos días a los recién llegados al bachillerato “hay universidades públicas buenas como la Carlos III, la Complutense o la Autónoma, y luego están las privadas... para llegar a las buenas el dinero de vuestros padres no sirve para nada. Solo valdrá vuestro esfuerzo”.

Era una forma clara y rotunda de describir el mal concepto que muchos docentes tienen sobre los campus privados. Esta semana, el Consejo de Ministros aprobó un nuevo decreto para garantizar la solvencia financiera, la viabilidad y la vocación de permanencia. El propósito no es otro que exigir garantías de calidad a unos proyectos que el Gobierno considera, ahora mismo, “un coladero”.

Pero, la verdadera dificultad para medir la calidad de estos centros de enseñanzas superiores es que son las Comunidades autónomas las que tienen la última palabra para autorizar o no una nueva sede. Y ocurre, como en Madrid, que la presidenta Ayuso tiene especial predilección por todo lo privado frente a lo público. Así, mientras asfixia económicamente a los campus públicos, no pone ninguna cortapisa a crear nuevos privados de dudosa calidad y con informes desfavorables.

La prueba es que, en los últimos 25 años, no se ha ha abierto ninguna universidad pública y sí veintisiete privadas en manos de fondos de inversión o la Iglesia.

Mal vamos.