Bellacos en retirada
Volví a ver la película El Turista Accidental de Lawrence Kasdan. El curriculum de ese director y guionista en la industria del cine es respetable y cubre desde películas de Star Wars o Indiana Jones hasta grandes dramas como Fuego en el Cuerpo o Grand Canyon. La belleza de su trabajo consiste en conseguir transmitir la intensidad que viven los personajes entre sus pasiones y contradicciones.
Para recordar, la sonrisa en la escena final del protagonista yendo en un taxi. Un escritor (William Hurt) vive en la desgracia abrumadora que es la muerte de un hijo y se deja llevar por la vida. Las ganas de vivir vuelven gracias al personaje de Geena Davis (oscarizada por este trabajo, por cierto) que se le presenta como alguien muy diferente a él. Su belleza estriba en su distancia respecto al mundo ordenado y rígido de Hurt. Esa belleza interior, desordenada en este caso, salva a William.
En la escena final el zoom se acerca hasta un primer plano en el que Hurt despliega una sonrisa tan ilusionada como imperfecta. Hace ver a Geena que quiere seguir la vida con ella.
Quizá una metáfora de la propia vida por la cual la búsqueda de la belleza nunca cesa y hemos de estar dispuestos a encontrarla en el lugar más insospechado. Abandonar esta búsqueda hunde en la existencia más trivial que solo busca satisfacciones inmediatas y ordinarias.
Lo bello contrapuesto a lo bellaco. No es de uso frecuente el vocablo referido a la bellaquería, pero tiene actualidad manifiesta. Ejemplos, todos los que queramos:
El bellaco notorio que mata por la popularidad, a ser posible inmediata. No hay contemplación sosegada. No hay reflexión. Todo es corto plazo.
El bellaco triunfador que invade tu espacio vital para apartarte, en lugar de pedir paso, en una cola.
El bellaco atleta (sin camiseta) que cabalga en su bicicleta o corre por los parques con un altavoz en el macuto para regalarnos a todos la música que lleva.
El bellaco gran padre que “a grito pelao” a su hijo a la entrada del colegio desde el SUV cosas del estilo: “recuérdalo, estoy contigo”, como si los demás estuviéramos allí de paso.
El bellaco reivindicador que vocifera en una manifestación por la independencia de un lugar que ignora donde situar en el mapa. Por cierto, hay periodistas mal intencionados que son capaces de hacerles preguntas sobre el conflicto que hay detrás de esa manifestación. Se produce el silencio.
Bellacos que son servidores públicos y hacen uso de sus cargos para dar rienda suelta a su básica imaginación. No hay más que decir.
Bellaco de dos dedos (de frente) que casi se lleva la puerta de mi coche por delante y solo supo decir que “mala suerte” ya que en su breve repertorio nunca entró el pedir disculpas con inmediatez.
Pero, por ventura, se empieza a eclipsar esa supremacía del bellaco estándar ahora que un elemento de seducción es portar un libro allá donde uno vaya. O también que el del libro se pueda exhibir leyendo en cualquier espacio a ojos de los demás. Vamos, que si hasta ahora el coche, la moto, los músculos y todo el largo etcétera era lo que marcaba estilo ahora va a ser ver a uno con El Ulises de Joyce o Guerra y Paz. Eso es lo que de verdad va a resultar irresistible. Y no te digo si además el que lleva el libro bajo el brazo le da por leer en todo o en parte el contenido. Rien no va plus.
La literatura es tan amplia como la capacidad de imaginarla cada uno. Por lo que se podrá escoger y por tanto exhibirse cada uno ante el mundo a su manera: intelectual de izquierdas, joven profesional que lee sobre inversiones, romántico que lee poesía, el de la novela histórica que prefiere esa realidad ficcionada que la que nos toca vivir…
Dicen los ingleses no se debe juzgar el libro por la portada. De acuerdo, pero el primer paso es que al menos haya un libro en la mano. La tentación de leerlo ya está más cercana. La transición hacia una sociedad algo más bella y leída, también.