La identidad

La identidad -palabra puesta otra vez de moda-, y sobre todo la nuestra, la de los españoles, está hecha de diversidades e intrincadas mezclas. Nada puro, en el sentido eugenésico, sino muy impuro, en el sentido creador.

Y esta afirmación fidedigna puede ser aplicada en mayor o menor medida a todas las identidades que en el mundo son o se pretenden, y más en el mundo de hoy, cuyo trajín parece imparable.

La razón simple es que el mundo es y está hecho -desde siempre- de movimiento y mezcla. Y esto a todos los niveles, desde los bajos de la materia, hasta los elevados de la cultura. Por eso tantas teorías sobre la identidad y la pureza de la raza, o sobre costumbres inmarcesibles, resultan ser tan falsas y tan ridículas.

Digamos que el "destino en lo universal" aquel tan famoso, está sometido constantemente a una ruleta rusa. Pongamos por ejemplo que sobreviene en un momento histórico o ecológico dado un cambio climático y esto provoca inevitablemente, como en muchas otras ocasiones a lo largo de la Historia (a veces por otros motivos), migraciones importantes de población. Pues ya tenemos nuestra identidad supuesta metida en una coctelera de nuevo. Es inevitable, ha ocurrido siempre, y no es perjudicial.

Los beneficios ecológicos de la biodiversidad no están muy alejados de los beneficios culturales de la mezcla de culturas. En este aspecto, la biología y la historia de las culturas nos ofrecen una lección semejante. La endogamia, los monocultivos, la presunta "pureza" de la raza, y la supuesta identidad monolítica, junto a las "limpiezas de sangre" como imperativo burocrático, conducen siempre a la esterilidad y el desastre. Por el contrario, la diversidad ofrece un mejor mecanismo de adaptación a los entornos cambiantes. Es una reserva de riqueza vital ante imprevistos.

Cuando algunos días camino por los alrededores de Toledo, por su famosísimo Valle, atravieso sucesivamente tres puentes: el de San Martín, el de Alcántara, y el de Azarquiel. Tres denominaciones que ya nos dicen mucho sobre nuestra mezcla española (tan particular, mestiza, y rica) de culturas.

No es preciso recordar que Azarquiel fue un magnífico astrónomo y científico toledano de su tiempo, que mejoró el astrolabio al inventar la azafea, precursor del GPS y que tanto facilitó los grandes viajes marítimos que dieron origen a nuevas mezclas de poblaciones y culturas.

Paso también, cuando camino por esta ronda peripatética y meditabunda, por la ermita del Valle, quizás al tiempo de escuchar su campana, y dejo atrás, además de a los turistas, a la atalaya de la Peña del moro, justo enfrente de esa ermita y que hace las veces de mirador, cuya leyenda irradia amor a una tierra (la de todos los que la habitaron y construyeron) al tiempo que una destilada nostalgia por su pérdida camino del exilio.

Sí camino un poco más adelante, sin dejar de echar un vistazo al paso de la barca y a la casa del diamantista, que quedan a mí izquierda y al otro lado del río, pasaré un poco después enfrente del cerro del Bú, que nos habla de muy antiguos pobladores de estos parajes. ¿Eran estos pobladores, españoles plenos de identidad española? ¿Les iba la vida en ello o bastante tenían con apañarse?

Uno de los parques o jardines que más frecuento en Toledo es el muy conocido de las "Las tres culturas", de animada vida y de muy arraigado y excelente trajín deportivo. Tres culturas no son pocas, y la riqueza que han producido al encontrarse y mezclarse es conocida por todos. De su mezcla surgió algo tan sugerente y magnífico que los japoneses, chinos, y coreanos que nos visitan, lo fotografían con pasión. Y eso que la fotografía solo es capaz de captar la manifestación externa de este fenómeno riquísimo.

La judería de esta ciudad, que es una segunda Jerusalén para los judíos sefarditas desperdigados por el mundo (más migraciones), aquellos judíos españoles expulsados por la intolerancia y que propiciaron que se pudiera escuchar hablar castellano (un castellano antiguo) en Turquía o Venecia, y que aún conserva en Toledo sinagogas espléndidas, es tan famosa como su mago Illán, que se entretuvo con el deán de Santiago en los laberintos borgianos del espacio y el tiempo, según nos cuenta Don Juan Manuel en su "Conde Lucanor".

Don Juan Manuel, cuyos cuentos son tan gratos y pedagógicos (como aquel que nos describe la historia muy sabía del "rey desnudo"), nació y habitó la villa de Escalona, cuyo nombre al igual que otros de esta provincia toledana, tal que Yepes y otros cuantos más, nos remiten, según una teoría muy creíble, a ciudades judías y bíblicas, como Ascalón, Jaifa, etcétera, circunstancia que nos indicaría la importancia y antigüedad de la presencia judía en estas tierras toledanas. O sea, más mezcla de culturas, razas, e identidades. O diversidades.

Y ya que hablamos de judíos, digamos que la "santa de la raza" por antonomasia, según el canon franquista, era Teresa de Cepeda y Ahumada, de pura cepa judía (o de impura raza universal), y quizás por eso mismo lectora precoz desde muy niña (los judíos leían desde niños) de la biblioteca de su padre, lo cual sin duda colaboró a que fuera después una gran escritora.

Su abuelo judío, Juan Sánchez de Toledo, salió huyendo de esta ciudad para evitar a la Inquisición.

Los fanáticos de la identidad y de la "limpieza de sangre" de aquel entonces (tal que el cardenal Silíceo) no lograron abortar este esplendor que hoy nos llena de orgullo.

Que tampoco lo logren los fanáticos de hoy.

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