El original

Acostumbrados por tradición a un cristianismo falsificado, sobre todo por necesidades del poder temporal, o sea por necesidades del imperio, sorprende de momento pero da gusto escuchar al cura de Valdepeñas, Emilio Montes, defender a los temporeros.

Es lo que tienen las redes, que también tienen cosas buenas.

Y lo hace, esa defensa de los temporeros, esa defensa del más débil o necesitado o explotado, con argumentos ecuánimes, justos, sensatos, y cristianos, que primitivamente implicaban -y nos referimos a los argumentos cristianos- una querencia marcada por la cooperación y la solidaridad, por lo "común", por lo que hoy llamamos la "cosa pública" y la justicia social, y una defensa sin fisuras también de la dignidad humana.

Dignidad humana que tiene todo ser humano, tanto el rico (así lo dice el cura de Valdepeñas) como el más pobre de los hombres, porque es dignidad que va asociada precisamente a la cualidad de lo humano.

Así como Pico de la Mirandolla, o Pérez de Oliva, o Unamuno teorizaron sobre la "dignidad humana", la modernidad nos trajo el concepto utilitario y legal de los "Derechos del hombre". Y junto con todo ello el "Derecho de gentes", el "Derecho internacional", los "crímenes de lesa humanidad", los "crímenes de guerra", el "Derecho de asilo", el concepto de "Genocidio", la "Corte penal internacional", pero también los "Derechos laborales".

Esos Derechos -los laborales- que Europa reconoce a los interinos explotados y estafados por nuestra Administración pública española, pero que España no reconoce.

Como es bastante escandalosa la estafa cometida contra estos trabajadores, es preferible no reconocer los hechos. Que es ceguera muy propia del estafador cerril y para nada arrepentido. En consecuencia, Europa ha retenido 600 millones de euros de los fondos europeos destinados a España, como sanción, a ver si nuestra Administración, nuestra política, y nuestra judicatura, se curan de su cerrilidad y de su rebeldía frente a las normas europeas.

Estos interinos han sido claramente los temporeros -mediante abuso de temporalidad- de nuestras administraciones públicas, tan decentes y progresistas ellas. La temporalidad en la Administración pública dobla la temporalidad en la empresa privada. Un dato que lo dice todo. Cifras apabullantes que demuestran qué tipo de política laboral, nada progresista y muy explotadora, ha seguido nuestra Administración pública (la que mayor y mejor ejemplo debería dar), con la colaboración de sindicatos muy principales. Muy principales y muy bien financiados... por esa misma Administración.

Por tanto, la denuncia del abuso y la defensa de los derechos laborales (como las que ha protagonizado el cura de Valdepeñas) son muy necesarias, si es que aún nos queda un resto de fe en la coexistencia o convivencia de los hombres en comunidades más o menos civilizadas y más o menos amplias. Lo cual es una fe o una práctica (la colaboración, por ejemplo contra el cambio climático; la coexistencia de personas con visiones diferentes del mundo) que no solo nace del instinto, sino que deriva también de la razón práctica y utilitaria.

Así como muchos elementos del mensaje cristiano original, antes de su falsificación política y eclesial, fueron revolucionarios precisamente por su apología de la dignidad humana, encarnada especialmente -quizás con intención pedagógica- en los más humildes y explotados, hoy resulta especialmente reaccionaria y anticristiana la tesis dominante en el mundo y especialmente en Occidente (y en este “Occidente” incluyo a la Rusia neoliberal e imperial de Putin): la "Ley del más fuerte" que ponen en práctica algunos gánsteres de la geopolítica triunfante, tal que un Donald Trump, un Putin, un Netanyahu, y demás colegas del neofascismo en auge.

Choca o chirría un tanto que los que van de defensores de la civilización occidental, europea, y cristiana, sean precisamente los más partidarios del racismo, de la xenofobia, del supremacismo, de la explotación laboral, y en definitiva de la "Ley del más fuerte", que no es una Ley cristiana sino una Ley de la selva.

Y que son los mismos que promueven con más ahínco el desprecio y el maltrato de la Tierra, que no es otra cosa que un templo de la Divinidad, o de la Naturaleza, si preferimos decirlo así. En todo caso un templo que tiene mucho de sagrado y que es de los más hermosos y sorprendentes, al menos en nuestro entorno accesible y más cercano.

Por eso merece un aplauso el mensaje directo y sencillo del cura de Valdepeñas, oportuno y necesario en tiempos tan oscuros y reaccionarios como los que nos ha tocado vivir.

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