Distraer (nos)
En España nos retrasaron la edad de jubilación (ya sabemos quiénes) porque nos pillaron distraídos.
En nuestro país -todo hay que decirlo- se consume mucha telebasura, que es una fuente inagotable y bien financiada de distracción.
Los franceses estuvieron más atentos (o sea, menos distraídos), y ante una ofensiva similar por parte de Macron, se organizaron en frente popular.
Ese frente popular tuvo un respaldo electoral notable, y convirtió a Macron (neoliberal, banquero, y discípulo de Maquiavelo) en un zombi político. Un zombi político que hoy intenta resucitar y agarrarse al poder promocionando el entusiasmo bélico y el negocio de las armas.
Distraernos es lo que hacen algunos políticos cuando saben que sus argumentos no son demasiado sólidos, o que lo que pretenden no está motivado por el interés general, sino por intereses y poderes oscuros, sin duda muy poderosos.
En última instancia se trata de distraer a los que aún creen en la democracia, del hecho de que el poder verdadero y las ultimas decisiones ya no están en manos de los ciudadanos votantes y sus representantes elegidos, sino de plutócratas que no pasan por las urnas, incluidos aquí los que viven y medran del negocio de las armas.
En la situación en la que estamos nosotros y el mundo que nos rodea, cualquier cosa es preferible a un gobierno racista, xenófobo, servil a los plutócratas, belicista y de ultraderecha. Pero eso no sirve ni puede servir de excusa para todo, porque existen opciones y alternativas políticas muy diferentes que conviene valorar y tener en cuenta. Es decir, que al contrario de lo que predicaron los neoliberales extremistas de Europa, se llamen Margaret Thatcher o Ángela Merkel, sí hay alternativa.
Cuando se excusa todo o casi todo, intentando evitar el mal que consideramos mucho peor, se acaba poco a poco en aquel extremo que queríamos evitar. De forma que cuando estábamos convencidos y concentrados en combatir la plutocracia representada por Donald Trump, (pero también por los refundadores neoliberales de Europa), van y nos colocan aquí, con un gobierno progresista (estábamos distraídos), la supresión de los impuestos a las empresas energéticas. Como antes nos colocaron (también nos pillaron distraídos) el retraso de la edad de jubilación. Y como ahora quieren colocarnos el gasto de un dinero que no tenemos en armas. Por orden superior, entre otros (además de Trump) de la OTAN, que de entrada no, y de salida tampoco.
Ofrecer un referéndum sobre una OPA bancaria, y no ofrecerlo sobre la nacionalización de un servicio estratégico, como es la energía, o sobre la salida de la OTAN, o sobre un gasto en armas que no podemos asumir sin una gran debacle (más aún) de nuestros servicios públicos, tiene mucho de maniobra de distracción. Y no es esto lo que esperamos de un gobierno progresista. Así que conviene no distraerse.
Si nos distraemos (voluntaria o involuntariamente) puede pasarnos desapercibido que en la entrevista a la ministra de transición ecológica Sara Aagesen, publicada en El País el 4 de mayo y titulada: “Señalar a las renovables me parece irresponsable y simplista. España será verde o no será”, y ante la pregunta del entrevistador:
"P. Quizás a alguien le pueda surgir ahora la duda de si es acertado dejar un sector estratégico así en manos privadas".
La respuesta que se obtiene por parte de la ministra es la siguiente:
"R. La tendencia y la directriz que viene de la Comisión Europea es la de ir hacia operadores privados".
Lo cual significa que la última refundación (ya posmoderna) de Europa, que condenó al olvido y al ostracismo la herencia fundadora original, la del 45, se estableció como única alternativa y referencia de acción política y económica el paradigma neoliberal. Que es un paradigma extremista y radical basado en las privatizaciones, la acción de los lobbys y la plutocracia, convirtiendo a la opción socialdemócrata como ilegítima y a partir de ese momento, ya imposible.
Coincidiendo con ese olvido del planteamiento original de la idea de Europa (que desde luego no era servil a la plutocracia, causante de la segunda guerra mundial), también han caído en el olvido las referencias éticas relativas al Derecho internacional y los derechos humanos.
El resultado de todo ello está a la vista. Por ejemplo la impunidad del genocidio en Gaza.
La actitud de las instituciones europeas ante la plutocracia rampante, que tuvo un hito en el "austericidio", pero también y con la misma importancia, la actitud de nuestras instituciones europeas ante lo que está ocurriendo en Gaza, símbolo del hundimiento del Derecho internacional y de la ética de los Derechos humanos, va a determinar muchas deserciones del europeísmo tal y como está actualmente planteado.
Ahora bien, esa deserción, o si se prefiere, esa crítica necesaria y urgente, no pretende ni quiere hacerle el juego al neofascismo ultranacionalista y antieuropeo, sino que lo que pretende es rectificar la deriva actual y promover una refundación de Europa más acorde con los orígenes y con un mayor grado de integración política, que no debe fundarse en el neoliberalismo y la servidumbre a los plutócratas (de Estados Unidos o de aquí), sino en una democracia más nuestra, más social y más firme en la defensa de los derechos humanos.