Eternamente Yolanda

Puede que la simpleza, los tópicos y la indigencia de pensamiento en polìtica sea una pandemia universal. Es posible. Lo que es seguro es que es "nuestra" pandemia y está dejando asolado el panorama parlamentario -también los debates en los medios de comunicación, especialmente en las televisiones- y la posibilidad de diálogos serios, propuestas razonables y consensos básicos en los asuntos más importantes. No es exclusivo de un grupo, pero la simpleza de los populismos merece la medalla de oro. Y en el extremo izquierdo, Yolanda Díaz merece el título más que nadie. Nunca logró sumar y ha ido de fracaso en fracaso hasta la derrota final, la cual, pese a todo, no la hace dimitir, entre otras cosas porque con tal de seguir en el poder se ha tragado sin pestañear todos los sapos que Sánchez le ha puesto en el camino. Sólo se puede entender su aferramiento al poder por dos motivos. El primero, seguir fielmente el ejemplo de su presidente. El segundo, cumplir el objetivo principal de los populismos - de derechas o de izquierdas, da igual- que es destruir las instituciones, deslegitimarlas, acabar con la confianza de los ciudadanos en ellas.

Ha pasado con el mismo éxito por Esquerda Unida, Alternativa Galega de Esquerda, En Marea, Unidas Podemos y Sumar y en cada una de ellas ha fracasado rotundamente después de apariciones más o menos fulgurantes. Tanto en la política gallega como en la nacional han sido siempre más las expectativas y su propia valoración que los resultados. Más grande el fondo de armario que las ideas políticas. Las apariencias y los disfraces que la realidad. Más los tópicos y simplezas que los argumentos. Más los fuegos artificiales que la capacidad de liderazgo. Y todo ello con menos capacidad oratoria que la que se debería exigir a un estudiante de Bachillerato.

Su última derrota ha sido dramática. El empeño de reducir la jornada laboral sin reducir los salarios, de forma universal e inmediata, sin negociar con las organizaciones empresariales ni con los partidos políticos, sin apoyo real del Gobierno aunque lo aprobara el Consejo de Ministros, sin ajustes estructurales (y con el presidente del Gobierno, del que ella es vicepresidenta, en el cine mientras se votaba su propuesta) no solo demuestra un empecinamiento voluntarista sino una ignorancia grave sobre la realidad económica. El tejido empresarial español, como ha escrito en Expansión Tino Fernández Arias, está compuesto en un 99,8 por pymes y autónomos, con un 55 por ciento de empresas que no tienen ningún asalariado y un 88,8 por ciento de las empresas con dos o menos trabajadores. Tratar igual a las multinacionales, donde es viable, que al resto sería una condena a muerte para la inmensa mayoría de las pymes y de los autónomos en nuestro país. Ahora habla de subir el salario mínimo de nuevo, de perseguir el cumplimiento de los horarios laborales en las empresas, de tomar represalias.

Pero no habla nunca de mejorar la productividad, que es uno de los problemas más graves de nuestra economía, ni de actuar contra el altísimo absentismo laboral, ni del maltrato laboral a los jóvenes, ni de las deficiencias del SEPE o de que los parados tienen que pagar para lograr una cita en los Servicios de Empleo o de la temporalidad en la Administración Pública. Tampoco del aumento de los costes laborales a las empresas ni de que los trabajadores han perdido poder adquisitivo o de que no se deflacta el IRPF mientras suben los impuestos también a los que menos ganan. La política que fue a Bruselas a blanquear a Puigdemont y pidió su amnistía, dice ahora que "no representa a los intereses catalanes sino a la patronal española en sus sectores más reaccionarios". A buenas horas se entera. "Lo que iba a ser el "comienzo de algo maravilloso", como ella misma dijo, se ha convertido en un ridículo lamentable. Pero si puede, seguirá en el poder eternamente. Ella misma se lo dice. "Si alguna vez me siento derrotada... miro tu cara y digo en la ventana: Yolanda, Yolanda, eternamente Yolanda".

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