La conciencia nacional y las otras

Hasta el alcalde Bilbao, Juan Mari Aburto, un buen alcalde, un hombre sincero, sencillo, honesto, en la línea de los grandes alcaldes de Bilbao, como Iñaki Azkuna, se deja llevar a veces por los prejuicios, la ideología y el oportunismo. Ha hecho unas declaraciones absolutamente desafortunadas: "no quiero que Bilbao se convierta en ningún pueblo del sur del Estado, no quiero que en Bilbao no se tenga respeto a la Policía Municipal o a la Ertzaintza".

Se refería, como él mismo ha reconocido, a los recientes sucesos de Torrepacheco o de Jumilla y a la manipulación extremista y xenófoba de estos sucesos. Es cierto que no ha tardado en rectificar y decir que "los pueblos del sur como la mayoría de los pueblos son extraordinarios" y que lo que quiere es que "Bilbao sea una ciudad segura y libre". Tarde e insuficiente.

Hay que tener mucho cuidado con lo que se dice y con lo que se sugiere porque, en el fondo transmite, o parece transmitir, una conciencia de que los demás son inferiores, una "conciencia nacional" de superioridad" que casi siempre es patrimonio de unos pocos y que casi siempre va en la misma dirección. Muchos políticos vascos y catalanes se han referido a los españoles del sur como seres inferiores, vagos e ignorantes. Odón Elorza, alcalde de San Sebastián y miembro del PNV, como Aburto, le dijo a una diputada de Podemos que "para ser andaluza eres mucho más educada que yo" y para Jordi Pujol, los andaluces eran anárquicos, destruidos, míseros y desarraigados. Refiriéndose a los andaluces, escribió algo que se puede aplicar ahora a los xenófobos y racistas que pisan nuestra tierra y que no quieren inmigrantes: "si por la fuerza numérica llegasen a dominar, sin antes haber superado su propia perplejidad, destruirían Cataluña. Introducirían en ella su propia mentalidad anárquica y paupérrima, es decir, su falta de mentalidad". Muchos vascos y catalanes piensan lo mismo: "somos una raza superior y no queremos mezclarnos".

La conciencia nacional es un sentimiento compartido de identidad nacional y la comprensión compartida de que un grupo de personas comparte un origen étnico, lingüístico y cultural común. Los españoles, nuestra conciencia nacional es fruto de la invasión y las migraciones de decenas de pueblos, del mestizaje entre razas y culturas diversas y magníficas. Somos una de las razas menos "puras" y deberíamos estar orgullosos de ello porque, seguramente por eso, somos una nación alegre, abierta, acogedora, integradora, solidaria, capaz de adaptarse a las circunstancias más difíciles, de luchar por su libertad y su independencia y de no considerarse menos que nadie. Todos, desde Galicia a Andalucía y desde Cataluña a Extremadura. Y nadie es más que nadie ni ante la ley ni ante nada.

La supuesta identidad nacional vasca o catalana es un concepto prefabricado con mentiras y tergiversaciones y casi siempre para defender privilegios. Lo hicieron en el franquismo, donde, entre otras muchas cosas, había que tener siempre ministros catalanes o vascos en el Gobierno y fueros que conservar, y también en la democracia. Unos, tolerando que el cáncer de ETA matara a cientos de inocentes y expulsara de sus tierras a más de doscientos mil vascos, que esa realidad se esconda ahora en las escuelas y en la sociedad vasca o que la metástasis de ETA esté a punto de convertirse en la primera fuerza gracias al odio a lo español y a una educación que ha llevado a los más jóvenes a considerarse, como muchos del PNV, diferentes y superiores. La identidad nacional vasca sería hoy muy diferente si no hubiera existido ETA y sus cómplices silenciosos y si los doscientos mil vascos condenados al exilio pudieran votar allí como lo hacen otros que viven fuera de "su país".

En cuanto a Cataluña, no sólo sus políticos han recurrido al chantaje permanente sino que han modificado la historia con mentiras y "olvidos" incalificables, han hecho de la lengua un instrumento de destrucción masiva de lo español y han encanallado todo lo que tiene que ver con España. Hacer que sus ciudadanos olviden su identidad española, hacerles renunciar artificialmente a ella es perder los principios que sustentan la conciencia nacional española: la igualdad, la libertad, el respeto al otro, la solidaridad, la tolerancia, la defensa de los derechos humanos, la capacidad de acogida y ese sentimiento difícil de explicar, que se dio en la transición, de ir todos unidos para conquistar el futuro. Hay que tener mucho cuidado con las palabras que se usan.