La cacería y la vileza
Nunca me ha gustado la caza, especialmente cuando al cazador le sientan en una silla y le ponen las piezas delante de sus ojos. Sólo hay que apretar el gatillo. Odio el acoso, sea a un niño a una mujer, al pobre, al migrante, a un trabajador o a quien sea porque siempre el acosador es mucho más fuerte que la víctima y aprovecha su superioridad. No me gustan los chulos de colegio o de barrio ni el acoso a los jueces o a los periodistas desde el poder. Jamás ninguno de ellos debería llegar a la polìtica y muchos menos al Parlamento.
También creo, como la mayoría de los españoles, que cuando un político se equivoca gravemente, miente, demuestra su incapacidad o elude sus responsabilidades debe dejar el cargo. Si eso se cumpliera, no digo siempre pero sí con alguna frecuencia, la lista de políticos dimitidos sería muy larga. Pero también digo que cuando algunos se aprovechan de su impunidad -legalmente se dice inmunidad parlamentaria, pero a veces es otra cosa- para agredir a alguien, para acosarlo, para calumniarlo, también debería ser expulsado del Parlamento. Y cuando un periodista desde cualquier tribuna, más aún si es un medio público sostenido con los impuestos de los ciudadanos, se salta las reglas mínimas del respeto a la dignidad de las personas, también debería ser expulsado de ese lugar.
Cuando alguien como el diputado Rufián califica de "inútil, mentiroso, incapaz" a Carlos Mazón está ejerciendo la crítica polìtica y la libertad de expresión. Cuando sobreactúa y se prevale de su condición para llamarle "miserable, homicida y psicópata" está haciendo uso de la vileza más condenable. Sobre todo cuando no hace lo mismo con los otros responsables de la tragedia que costó la vida a 229 personas. Seguramente porque ese linchamiento le da puntos para seguir extorsionando al Gobierno más débil y mentiroso de la democracia.
Cuando una diputada como Ione Belarra le dice que es "responsable de la muerte de 229 personas", miente a conciencia sabiendo que hay otros muchos responsables que no han dado la cara, que han huido del lugar de la tragedia y que no hicieron ni hacen nada para resarcir a las víctimas. Y, además, ella y sus cómplices del Gobierno sí son responsables de leyes que han puesto en la calle a decenas de violadores y han reducido las penas a otros muchos más. Y nunca dimitieron. Cuando Pablo Iglesias anima a acabar con la derecha y poner en la calle milicias antifascistas, está incitando al odio y llamando a la violencia. El mismo calificativo de viles cabe para quién le pregunto en el Parlamento "qué bebió y si se cambió de muda". O ese "presentador" que, desde la tribuna de RTVE y con sueldo y cargo en la misma, afirmó que no sabía "si tenía los pantalones subidos o bajados". Vileza sin justificación alguna. ¿Dónde irán todos estos cuando les abandone la política? Porque ellos jamás la abandonarán mientras puedan vivir de nuestros impuestos.
A Carlos Mazón le recriminó también su comportamiento un diputado de Bildu. Tan asesinos son los que mataban a ciudadanos por la espalda, cobardes y viles, como los que les señalaban desde algún periódico y han acabado sentados en el Parlamento español y siendo el socio imprescindible del presidente para seguir en el poder. Cuando unos desalmados persiguen y apalean a un periodista y todos estos políticos ni condenan esa agresión ni repudian a los agresores, se está sembrando una semilla peligrosa.
Y luego se asustan de que los jóvenes no quieren saber nada de la polìtica o se extreman peligrosamente. En tiempos de Franco -ahora quieren silenciar todo lo que hable de él, mientras, por ejemplo, los herederos de ETA tienen vía libre para el acoso, la exaltación de los asesinos y un lugar de privilegio en las instituciones- los jóvenes de las familias de derechas de toda la vida se hicieron comunistas, muchos de salón, mientras los socialistas que ahora hablan de la lucha antifranquista estaban desaparecidos. Ahora, estos políticos inútiles, zafios, vengativos no solo no escuchan a los jóvenes ni buscan soluciones para sus problemas sino que los están convirtiendo no sólo en votantes de Vox sino en antidemócratas. Y eso sí que es un peligro incluso superior a la existencia de políticos rufianes.