De brazos cruzados

Las batallas políticas que de manera permanente se libran en Madrid no tienen su réplica en los mismos términos en el resto de España. En todos los parlamentos autonómicos hay Gobierno y Oposición, hay críticas mutuas pero nunca se alcanza el nivel de crispación que se respira en la capital de España.

Este nivel de crispación y el cúmulo de noticias, todas ellas bien importantes, impiden o, por lo menos, opacan las noticias que se producen en las distintas autonomías. Una de estas noticias que ha pasado bastante desapercibida se ha producido hace tres días en el Parlamento de Aragón.

El Presidente Azcón, en el transcurso del debate de la región, anunció que su Gobierno concedía, a título póstumo, el premio Gabriel Cisneros, uno de los padres de la Constitución, al ya fallecido Javier Lamban, antecesor en el cargo del propio Azcón.

No tuve el gusto de conocer a Javier Lamban pero si seguir muy de cerca sus intervenciones políticas. Siempre fue coherente con su pensamiento y con su partido, el PSOE, al que, como otros muchos, no reconocía en los últimos tiempos. Fue claro, se le entendía todo sin necesidad alguna de acudir al recurso fácil e impresentable del insulto. Sus legítimas críticas a la acción del Gobierno enfadaban y mucho al Ejecutivo, tanto que ahí está Pilar Alegria como nueva responsable de los socialistas aragoneses.

Javier Lamban fue un ejemplo para todos. Lidió con dignidad y sin victimismo con la enfermedad que sabía le estaba costando la vida. Sabía que se moría pero vivió hasta el último aliento.

El premio otorgado por el Gobierno de Aragón mereció los aplausos generalizados pero faltaron los de sus compañeros que optaron por cruzarse de brazos. Los socialistas no aplaudieron alegando que Azcón le había insultado en la campaña electoral y que ahora le premiaba. Siguiendo ese argumento, no veremos ni un tuit de condolencia cuando fallezca un adversario político.

¿Hasta dónde pueden llegar las manifestaciones de la discrepancia política? La talla moral y afectiva de los socialistas aragoneses en este caso concreto resulta escalofriante. Aplaudes al que ha sido compañero y luego criticas a Azcón. Pero no, no aplaudieron y no por no dar una supuesta baza al presidente del ejecutivo de Aragón. No aplaudieron porque ahora todos son de Pilar Alegria; es decir, de Pedro Sánchez y Lambán, decían en vida de este, no había hecho otra cosa que "poner palos en la rueda". Y ahora no aplauden.

Para los que creemos que la política con alma es, a la larga, más eficaz que la ausente de todo sentimiento y compasión, este episodio-bien significativo- nos parece algo estremecedor.

Alfredo Pérez Rubalcaba decía, y con razón, que en España enterramos muy bien. Daban igual las discrepancias y las salidas de tono en las campañas electorales pero siempre se han mantenido las formas. En este caso, los socialistas aragonesés y también los no aragoneses no entierran bien a un compañero. Ya ni eso ocurre en esta España en permanente barricada.

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