Nutri-Score: cómo los supermercados usan el etiquetado para imponer sus reglas
Desde su implementación, el sistema de etiquetado Nutri-Score ha prometido simplificar las decisiones alimentarias de los consumidores, posicionándose como una herramienta útil para distinguir los productos más saludables de los menos saludables. Pero en la práctica, su despliegue ha generado una cadena de tensiones entre fabricantes, distribuidores y consumidores.

El Nutri-Score se presenta como una herramienta sencilla para ayudar a los consumidores a tomar decisiones informadas, pero es precisamente esta simplicidad la que genera preocupación entre los expertos en nutrición. Su capacidad para evaluar un producto solo a través de una letra y color, sin tener en cuenta factores clave como el contexto y las cantidades reales de consumo, limita su efectividad. En este sentido, el nutricionista Álvaro Vargas, autor y divulgador especializado en alimentación, ha señalado que el sistema no es confiable y presenta fallos importantes: “Lo cierto es que Nutri-Score presenta algunos fallos que no lo convierten en el mejor sistema en lo que valoración nutricional se refiere”
En Francia, el conflicto ha alcanzado un nuevo punto álgido: supermercados como Carrefour estarían forzando a sus proveedores a mostrar el Nutri-Score, bajo amenaza de retirar sus productos del lineal. ¿Hasta qué punto este sistema de semáforo nutricional cumple con su promesa de informar, y cuándo empieza a convertirse en un instrumento de poder y presión comercial?
Nutri-Score clasifica los alimentos en una escala de cinco letras, de la A (más saludable) a la E (menos saludable), con un código de color que va del verde al rojo. A simple vista, parece un método eficaz para orientar al comprador en un entorno saturado de opciones. Sin embargo, su lógica de puntuación ha sido cuestionada en múltiples ocasiones por expertos en nutrición, productores artesanales y países europeos enteros como Italia, que se oponen frontalmente al sistema por considerarlo simplista, sesgado y discriminatorio hacia ciertos alimentos tradicionales.
Pero la controversia ha adquirido un nuevo tono desde que se conoció que Carrefour exige a sus proveedores incluir obligatoriamente el Nutri-Score en los envases de sus productos, incluso si no están legalmente obligados a hacerlo. La cadena ha enviado cartas a sus proveedores para comunicar esta nueva política, dejando claro que quienes no cumplan con el etiquetado podrían ver sus productos excluidos de los estantes.
La imposición de Carrefour no es un gesto aislado. Lidl y Leclerc también promueven activamente el uso del Nutri-Score, argumentando que responde a la demanda de transparencia de sus clientes. Sin embargo, detrás del discurso de responsabilidad corporativa se oculta una dinámica mucho más inquietante: el uso del Nutri-Score como herramienta de presión para moldear la oferta según sus propios intereses comerciales.
La exigencia de Carrefour podría interpretarse como una forma de chantaje.Una fuente del sector reveló que: “Carrefour ha advertido a los fabricantes que, sin Nutri-Score visible en el embalaje, sus productos podrían no tener lugar en los lineales”. Esta declaración marca un punto de inflexión: ya no se trata solo de informar al consumidor, sino de condicionar qué productos tienen derecho a existir en el circuito de venta.
Las críticas al Nutri-Score no son nuevas, pero esta ofensiva de las grandes superficies pone de manifiesto sus consecuencias más graves. El algoritmo del sistema penaliza a alimentos ricos en grasas naturales o azúcares intrínsecos —como los quesos curados, el jamón ibérico o el aceite de oliva— mientras beneficia a productos que han sido reformulados con edulcorantes o aditivos para “mejorar” su puntuación. El resultado es un etiquetado que, en lugar de promover una alimentación saludable basada en alimentos frescos y mínimamente procesados, favorece la lógica industrial de los grandes conglomerados alimentarios.
En este escenario, los pequeños productores se ven doblemente perjudicados: por un lado, porque sus productos obtienen peores calificaciones en el Nutri-Score; y por otro, porque ahora los supermercados les exigen este etiquetado como condición para permanecer en sus góndolas. La consecuencia es una marginación progresiva de alimentos de calidad que no encajan en el algoritmo del semáforo.
La narrativa dominante sostiene que Nutri-Score “empodera” al consumidor. Pero ¿qué clase de empoderamiento es este, si el consumidor no sabe cómo se calcula la letra asignada ni qué significa en relación a su dieta global? ¿Y qué libertad real tiene para elegir, si los supermercados eliminan de su vista aquellos productos que no comulgan con el sistema?
Más aún, la política de Carrefour y otros distribuidores crea un efecto de normalización: al ver que todos los productos tienen una etiqueta Nutri-Score, el consumidor podría asumir que los que no lo llevan son “poco fiables” o “menos saludables”, reforzando una percepción errónea y profundamente injusta.
Esta situación no se limita a Francia. La presión de Carrefour se está trasladando también a España, donde los proveedores nacionales empiezan a sentirse condicionados. El grupo francés ya ha iniciado conversaciones con sus proveedores en España para extender la exigencia del Nutri-Score en los envases. Aunque aún no se ha formalizado como requisito obligatorio en el país, los productores temen que esta medida se imponga de forma unilateral, afectando especialmente a las pequeñas y medianas empresas que no pueden adaptarse con la misma rapidez que las grandes marcas. La imposición de un etiquetado polémico, que ni siquiera es obligatorio por ley a nivel europeo, pone a las empresas españolas ante una disyuntiva injusta: adaptarse o desaparecer de los lineales.
El problema no está en querer dar más información al consumidor, sino en hacerlo sin matices, sin alternativas, y ahora, además, bajo amenaza. Obligar a los fabricantes a usar un sistema controvertido y poco representativo no es promover la transparencia: es instrumentalizarla.
Es urgente abrir un debate europeo profundo sobre los límites y contradicciones del Nutri-Score, y sobre el rol que están asumiendo actores privados como los supermercados, que utilizan su posición dominante para imponer reglas no consensuadas. De seguir por este camino, el Nutri-Score podría convertirse en un nuevo estándar de exclusión.
La salud pública merece políticas alimentarias basadas en evidencia científica independiente, no en intereses comerciales encubiertos de buenas intenciones.