Un hombre bueno

Javier Lambán era, parafraseando a Machado, en el buen sentido de la palabra bueno. De su paso por la política, a la que se dedicó con la convicción de servicio público, no puede quedar solo el recuerdo o el relato de sus enfrentamientos con Pedro Sánchez.

Militante de la vieja escuela, socialista hasta el final, defendió los intereses de Aragón y sus ciudadanos desde diferentes administraciones sin perder la cercanía. Apoyó el federalismo, entendido como la igualdad entre todos los territorios del Estado. Su amigo Ignacio Urquizu, que fue defenestrado de las listas del PSOE en el Congreso, por no ser lo suficientemente dócil, recordaba ayer su pasión por la cultura. Prueba de ello fue su lucha, como presidente aragonés, por recuperar las pinturas de Sijena que la Generalitat se negaba a devolver. Pese a la sentencia del Tribunal Supremo, que les obligaba a devolver los murales de la sala capitular del monasterio, Lambán no ha vivido lo suficiente para verlas otra vez en su tierra.

En el difícil gobierno que presidió entre 2015 y 2023, por la disparidad de los socios, consiguió importantes acuerdos con las grandes empresas tecnológicas que instalaron imponentes bases de datos en Zaragoza. Apostó también por las energías renovables, convirtiendo a su Comunidad en puntera en instalaciones eólicas.

No se mordía la lengua y defendía con ardor sus convicciones inamovibles. De ahí su última pugna con la dirección de Ferraz y Moncloa cuando, desde Madrid, se impuso la candidatura de la ministra y portavoz, Pilar Alegria, para sustituirle al frente de los socialistas aragoneses. Ya estaba muy enfermo, su deteriorado aspecto físico reflejaba la gravedad de su estado, pero aún así, desde Madrid, se decidió acabar con la disidencia y nombrar a alguien de absoluta disciplina.

El frío comunicado de su sucesora al frente del PSA demuestra la falta de sintonía entre ellos. Este mismo año dejó su escaño en el Senado y sólo su coraje y determinación le han mantenido defendiendo sus postulados políticos hasta el último día.

Ha muerto en Ejea de los Caballeros, su pueblo, al que volvía todos los días cuando salía de su despacho en el edificio Pignatelli, sede del Gobierno Aragonés. En su tierra y en su pueblo, mucha gente le va a echar de menos y guardará el recuerdo de un buen gobernante que no se mordió la lengua y que hizo con rectitud su trabajo que es servir a los ciudadanos que te eligieron en las urnas.

Algo tan sencillo como difícil de encontrar en la política de hoy en día.