Opinión

La venganza

Dicen que la venganza es un plato que debe tomarse frío. Así que Santiago Abascal, el líder de Vox, ha dejado pasar incluso las Navidades para devolverle al Partido Popular su rechazo y desprecio cuando presentó la moción de censura a Sánchez. Su cara de estupefacción aquel 22 de octubre al abandonar el hemiciclo auguraba una ruptura traumática de los apoyos en Andalucía o en Madrid. No se produjo. Pero el antiguo militante del PP se guardó el rencor para mejor ocasión.

Y ese momento ha llegado esta semana, con todos los partidos mirando a Barcelona y una cita con las urnas el catorce de febrero confirmada por la Justicia. Vox le pisa los talones a los populares que pueden sacar su peor resultado. Mientras, los de Abascal pueden entrar por primera vez en el Parlament y con cierta fuerza.

Era el momento idóneo para dejar descolocada a la bancada de Pablo Casado y quedar como el defensor de las sufridas empresas patrias necesitadas de la ayuda urgente europea. Por eso, en silencio, sin dar pistas de su jugada, los diputados de Vox con voto telemático se abstuvieron y, sumando más tarde a los que estaban en el hemiciclo, permitieron que el decreto que regula los objetivos de los fondos de la UE saliera adelante.

Los populares no daban crédito. Les habían dejado como una fuerza política obcecada que, una vez más, hace primar sus intereses electorales por encima del sentido de Estado. La misma cara de asombro de Inés Arrimadas siempre ofreciendo su apoyo, en el nuevo viraje al centro de Ciudadanos, para colaborar en la solución a la grave crisis económica y diciendo no al principal salvavidas europeo.

Es verdad que el decreto del Gobierno es una chapuza, que no han admitido la posibilidad de que un organismo externo supervisara el destino y gestión del dinero de la UE, que la solvencia de la vicepresidenta Nadia Calviño va a tener un fuerte contrapeso en Sánchez y sus asesores económicos y que el recuerdo del desastroso "plan E" de Zapatero desanima a cualquiera. Pero son ciento cuarenta mil millones de euros imprescindibles para un país cuyo PIB ha caído en 2020 nada menos que un 11%, el peor dato desde la guerra civil. Tal desplome económico augura una recuperación lenta y difícil que sin el apoyo económico de Bruselas sería dramática.

Si a ese dato preocupante sumamos que, también en 2020, España ha destruido 622.000 puestos de trabajo a pesar de los ERTE, es una amoralidad que sigan primando los intereses electorales de los partidos por encima del futuro del país.

Bien es verdad que Pedro Sánchez y Carmen Calvo actúan con una prepotencia incomprensible ante su necesidad de apoyos para sacar cualquier votación adelante. Que practican la política de la llamada a última hora, la noche antes de la votación, para exigir responsabilidad de Estado a otras fuerzas políticas con las que no se han dignado a negociar.

La imagen de ser salvados, al límite, por Abascal y los suyos junto a Bildu se acerca bastante al ridículo parlamentario del Ejecutivo.

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