Opinión

España a su aire

Se les ha visto por casi cualquier esquina de España. Por todos los lados. De aspecto, son como los de aquí. No son guiris, eso seguro, pero tampoco hacen las cosas como las hacemos los de aquí; eso sí, se les entiende todo cuando hablan. Pero hay algo diferente en ellos. Cuando están en las villas marineras paseando con los niños pequeños (o sin niños), alucinan con las gaviotas que graznan a primera hora esperando a ver si les cae algo del pescado que entra y sale de las lonjas. Incluso les tiran doscientas fotos a los marineros que descargan las cajas de pescados. No contemplan la situación, más bien la enlatan para verla después. Y además aplauden a gaviota, marinero y a todo lo que les parezca parte del espectáculo. Como los japoneses, pero no son japoneses.

A su vez se acercan y miran sin sonrojo los menús a la puerta de los restaurantes, los discuten entre ellos y pueden comer a horas inaceptables para “el de aquí”. A los de los restaurantes les va bien porque doblan sin problemas el servicio. Son como belgas, pero no son belgas.

Siguen con devoción a los guías turísticos locales, hipnotizados por el paraguas amarillo que les orienta. Aguantan estoicamente y prestan mucha atención. Son como los nórdicos pero no son nórdicos. Por cierto, dicen mucho, mientras pasean, eso de “esto me recuerda mucho a Berlín, a Camboya o a la catarata de no sé dónde”.

Pues miren, se trata  de españoles que tenían esto de España algo pospuesto; algo así como para más tarde. Como el que vive en Madrid y deja lo del Museo del Prado para mejor ocasión (y se pasan los años) y lo mismo ocurre con la Catedral de Santiago y otros ejemplos. Son compatriotas que cada vez que juntaban unos días cogían avión y marchaban lejos y lo de España (que hay muchos sitios para visitar, siempre dicen) quedaba para más adelante. Y adoptan aquí las mismas costumbres que han visto fuera. Es como si fuera turismo internacional pero nacional.

Tanto en el 2020 como en el 2021 estos buenos españoles han viajado fuera mucho menos, pero sí que han viajado por dentro del país. Hay datos que son elocuentes: este año el 67% por ciento de los turistas (entiéndase por turista el que pasa noches fuera de su casa) han sido nacionales, lo que supone más de 20 puntos porcentuales que en el mismo período de 2019. Está claro que la caída de internacionales ha sido masiva pero también lo es que los españoles nos hemos desperdigado por todos los lados y con entusiasmo. Otro dato, es que las pernoctaciones también se han incrementado en más de un 15% hasta 3,1 noches por viajero.

Y estos españoles han gastado, como nos gusta gastar a los españoles y lo han notado en la hostelería, afortunadamente. Y esa inyección de dinero ha supuesto que el dinero que gastaban fuera los que marchaban lejos a hacer vacaciones ha compensado, en gran medida, a los que de fuera no han venido (básicamente porque sus gobiernos no les dejaban). De hecho, en algunas zonas (véase Baleares) ha habido hasta cierto agobio por la cantidad de personal que hasta allí se ha desplazado.

Y no solo han bajado las reservas de agua en los pantanos; las de jamón ibérico, las de gamba de todo tipo, cecina, pulpo a feira y demás también están bajo mínimos.

Esta pandemia aparte de lanzar a los españoles a España tuvo otra circunstancia impulsada por el confinamiento: el ahorro. Un ahorro forzado por las circunstancias y por el miedo (la incertidumbre total que tuvimos en el mundo), pero lo cierto es que el ahorro de las familias subió más de un 125% de un año para otro. Y con el comienzo de la confianza el ahorro se ha empezado a aligerar y se está marchando en una buena parte hacia el ladrillo. Recuerden, esto es España.

Y al ladrillo, en dos variantes: las reformas en las viviendas (en todos los bloques de viviendas se ve una o dos) y la compra de viviendas, en muchos casos, segunda residencia. El agobio que supuso para las familias el estar meses encerrados tuvo como efecto que algunos directamente cambiaran el centro de ciudades por una casa en las afueras. Y otros muchos hicieran una apuesta por segundas vivienda en localidades a media distancia en donde poder pasar fines de semana o temporadas (por lo que pueda volver a pasar, algunos dicen).

La característica de estas compras o inversiones es que suelen arrastrar reformas que  mueven grandes cantidades de trabajadores, proveedores, fabricantes de materiales… Todo eso es capital en circulación y gente trabajando. Curiosamente, ya en 2010 Ana Patricia Botín, conociendo nuestro país, hablaba de impulsar el negocio de segunda vivienda como forma de crear empleo. Se está creando ahora.

Además, el esfuerzo y coordinación de los sanitarios ha hecho que hayamos llegado a esa inmunidad de más del 70% (ignoro el porqué la llaman de rebaño) con lo que se dan nuevas condiciones para un despegue social y económico. Además (y siguiendo lenguajes veraniegos) se ha surfeado la quinta ola y también saldremos de esta.

Nuestro país está demostrando tener sus propias claves y va a su aire. Uno se atreve a pensar que deberíamos centrarnos en lo de aquí (mucho más) para mejorar la vida del contribuyente y aprovechar los vientos de cola y no tanto pretender estar involucrados en geopolítica mundial en donde, cada vez, pintamos menos. No es crítica, es enfrentar la realidad y quizá sacar partido de ello.

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