Opinión

De qué lloran

Se comenta en bares y tabernas que llorar está de moda. Si bien está muy descompensado el tema. Lloran mucho algunos y otros poco o nada y al final la media sale alta. Ahora bien, lo que abunda es llanto sensiblero nacido de un lloro mediático. O al menos, esa es la impresión.

Hay profesionales del lloro en los medios que saben vender su  “padecimiento” y lloran a diestro y siniestro queriendo conseguir “minutos de oro”. Son plañideras (o plañideros) modernos que lloran e invitan a llorar a cierta audiencia (que suele responder en un ejercicio de empatía). Y así se va extendiendo una cultura de la llantina más superficial. Se llora por todo y si no se llora es como que no te importa lo que ocurre. Y para algunos “si no lloras no cobras” (parafraseando el dicho…).

Antes esto no ocurría. Teníamos más solemnidad y menos llantina.

Miguel Induráin no lloraba en el pódium y ganó 5 Tours de Francia seguidos. Y ganados de verdad, sin tomar cosas raras. Tampoco lloró Neil Armstrong al pisar la Luna y eso que aquello de ver la Tierra en la distancia y el estar allí casi sin gravedad poniendo la bandera de su país debió ser bastante impresionante. Y lo mismo con muchos otros ejemplos que podríamos enumerar; había una cierta contención en pro, como les digo, de la solemnidad.  

Tampoco llora, o no lo hace en público, Oscar Camps (Open Arms) y este caballero sí ha visto la tragedia, el terror en los rostros; se les escapan de los brazos personas o no llegan a ellas con sus lanchas. Y ven como se hunden para desaparecer para siempre. Dolor y amargura por partes iguales, pero se lo tragan y lo dejan dentro.

Sin embargo, es poner la tele y empiezan los llantos televisivos: llora el jugador de fútbol por la mañana cuando deja el club de futbol “de su vida” en el que ha jugado dos años y luego llora por la tarde cuando da rueda de prensa en el nuevo club de futbol “en el que siempre ha querido jugar”.

Se llora en los concursos y “realities” de la tele. Da igual que sea en una isla o en un crucero. Se llora en las entrevistas (gran momento en el que el presentador coge el brazo del sufridor creando ese momento de complicidad). El final de temporada es siempre tiempo de lloros.

Se ha pervertido el llanto sincero y necesario ante la gran tragedia en la que se llora por no gritar de desesperación o rabia (y cuánto sabe este país de esos llantos desgarrados ante una salvajada incomprensible). Y también se pervierte la emoción de la verdadera alegría que se desborda en un encuentro largamente esperado.

Lamentablemente, se seguirá llorando cuando a alguna/o le expulsen de la isla o de esa casa llena de cámaras.  Y ya no produce tanto pesar cuando vemos la barbarie diaria en el Este de Europa. Es más, se reduce el tiempo de información. Nos hemos acostumbrado y ya no se siente ese trago amargo en la garganta.

Quizá esto nos hace ser sensibles a lo trivial y nos deja fríos ante lo terrible y macabro. Por imposible de imaginar. O porque es cosa de otros.

Demasiada lágrima desperdiciada y que cuando hace falta hemos malgastado. En citas a ciegas de la tele o en eurovisiones. Y ya salimos de casa llorados para el resto del día.

Si hemos de llorar, lloremos con causa.

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