Opinión

Las otras (y el burkini)

Si eres la Reina del Pop y te bañas completamente vestida (atuendo definido por la prensa en su día como un conjunto bastante atípico y caluroso), gorra incluida, en una playa de Niza lo único que te sucede, transparencias aparte, es que sales del agua con una sonrisa:

madonna

Pero si eres musulmana y tomas el sol completamente vestida (atuendo definido por la prensa como burkini), pañuelo incluido, en esa misma playa de Niza, u otra cercana, lo que te sucede, humillación aparte, es que te rodean cuatro policías como cuatro torres y sales de la arena con una multa de 35 euros:

burkini

Mathilde Cusin, periodista de France 4 TV, narró así el incidente del que fue testigo: “Vi a tres agentes de policía en la playa. Uno de ellos tenía el dedo en el gatillo de su dispositivo de gas lacrimógeno” (...) Fue bastante violento. Vi la mujer sentada en el suelo, llorando con su hija“. Termina diciendo: “Lo más triste es que la gente gritaba ‘vete a tu casa’, y algunos aplaudieron a la policía”. ¡Los jinetes del racismo y la xenofobia cabalgan de nuevo por el Viejo Continente!

Y es que ¿saben lo peor de todo esto? La mujer, una ex-azafata cuyos familiares llevan en Francia al menos tres generaciones, estaba en su casa.

El tiempo pasa pero el problema persiste. Las diferencias culturales, dado que cada parte juzga e interpreta las acciones e intenciones de la otra a través de sus propias creencias y sistemas de valores, siguen provocando malentendidos que suelen desembocar en conflictos.

Por más que la llegada masiva de emigrantes (la mayoría de otra raza, religión o cultura) a Europa (muchos son ciudadanos europeos) asuste, y por más que cada día aumente el número de personas que reaccionan con pánico y hostilidad porque perciben ese fenómeno migratorio como una amenaza para su bienestar, el flujo no se detendrá. ¿Solución? Dos palabras: educación y tolerancia.

Educar para la tolerancia exige desterrar la teoría del evolucionismo unilineal que sostiene que la historia ha avanzado de lo imperfecto a lo perfecto, de las culturas salvajes a las civilizadas, que existen culturas superiores e inferiores. Exige rechazar el dogma ideológico de que es preferible una sociedad uniforme a una sociedad multiétnica, multirracial y mestiza. Exige, sobre todo, evitar asumir, como un principio inspirador de toda política cultural y educativa, que las minorías étnicas o hijos de emigrantes deben asimilarse a la cultura dominante mayoritaria y dejar su cultura de origen porque es considerada inferior o como una rémora para el “progreso”.

Cuando se habla de la mujer árabe, el debate suele reducirse a su vestimenta y a la falta de libertad que para nosotros el mismo simboliza. “El velo de la mujer aparece a los ojos de los occidentales como el signo de su servidumbre, cuando esta forma de vestido la autoriza a salir a la calle, a abandonar su exclusivo espacio doméstico”, afirmaba, allá por el año 1992,  la antropóloga y socióloga francesa Martine Segalen en su libro Antropología histórica de la familia. Y en ello seguimos.

No obstante son muchos los expertos y expertas (como Gema Martín Muñoz, profesora de Sociología del Mundo Árabe e Islámico de la Universidad Autónoma de Madrid desde 1998) que llevan años hablando de la revolución silenciosa de las mujeres musulmanas que luchan, no por un cambio impuesto desde fuera, sino por un cambio desde dentro de su propia cultura.

En los países islámicos, al igual que en Occidente, existe una realidad que juega a favor de la mujer en este sentido: la necesidad de que la esposa aporte un salario complementario para sacar adelante la economía doméstica. Hasta bien entrada la segunda mitad del Siglo XX, las mujeres permanecieron encerradas, casi esclavas entre el analfabetismo y la tradición islámica, pero al producirse la independencia de las colonias su acceso a la educación aumentó espectacularmente. La escolarización de las niñas pasó de ser prácticamente nula (sobre todo en el campo) y mínima en las clases económicamente privilegiadas, a verse espectacularmente multiplicada. En los últimos años estas naciones han sufrido importantes cambios políticos y sociales como, por ejemplo, la emigración del campo a la ciudad, la incorporación de la mujer al mundo laboral o la ya citada escolarización de las niñas, algo que la marroquí Leila Chafai, Doctora en Sociología, denominó la “feminización del espacio público”.

Aunque no al ritmo que nos gustaría, los avances y cambios se van produciendo.

John Dalhuisen, Director de Anministia Internacional (AI) para Europa, ha insistido en que "las autoridades francesas deben dejar de lado los argumentos de que estas medidas hacen algo a la hora de proteger los derechos de las mujeres" y recalcado que "estas prohibiciones no tienen nada que ver con mejorar la seguridad pública y promueven la humillación pública".

Y es que una cosa es permanecer en un lugar público con el rostro tapado (sea con un velo, mascara, casco o cualquier otra prenda o accesorio que impida la identificación de una persona) y otra ocultar el cuerpo bajo un traje que, admitámoslo, es muy similar, por no decir idéntico, al mono de neopreno utilizado por los surfistas.

¡Ay que ver! Para enarbolar tanto como enarbola el estandarte de la libertad, resulta paradójico que en Occidente cada vez se aprueben más leyes que restringen la libertad del individuo.

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