Opinión

Mon amour, estoy embarazada!

La bohemia. Durante el siglo XIX y parte del XX, París fue La Meca a la que todo aquel que se consideraba artista debía peregrinar al menos una vez en su ...

“(... )y sobrevino un diálogo memorable, absolutamente recubierto de malentendidos, de desajustes que se resolvían en vagos silencios, hasta que las manos empezaron a tallar, era dulce acariciarse las manos mirándose y sonriendo, encendíamos los Gauloises el uno en el pucho del otro, nos frotábamos con los ojos, estábamos tan de acuerdo en todo que era una vergüenza, París danzaba afuera esperándonos, apenas habíamos desembarcado, apenas vivíamos, todo estaba ahí sin nombre y sin historia”, Rayuela, Julio Cortazar.

La bohemia. Durante el siglo XIX y parte del XX, París fue La Meca a la que todo aquel que se consideraba artista debía peregrinar al menos una vez en su vida. De  Montmartre al Barrio Latino, jóvenes del mundo entero, incomprendidos oficiales que despreciaban los valores de una sociedad de la cual no se sentían parte, entre trago y trago de alcohol liberaban su creatividad mientras convertían la absenta (parte activa en la destrucción de la mente de toda una generación de pintores y escritores) en la icónica bebida de un tiempo ya pasado.

Luego llegaron ellos, los existencialistas, y desde el Café de Flore en Saint-Germain-des-Prés, donde solían reunirse para discutir de política, cuestionar al hombre y negar a Dios, Albert Camus y Jean-Paul Sartre, fumador empedernido de Gauloises (marca de cigarrillos, originalmente cortos, anchos y sin filtro, producidos en Francia bajo el engañoso eslogan Liberté toujours”), a la par que envolvían La ciudad de la luz bajo una espesa nube de humo negro fijaban en el imaginario colectivo que fumar era sinónimo de inteligencia y agudeza mental.

El colectivo femenino, que en la lucha por la conquista de posiciones de igualdad con respecto a los hombres se dedicó a imitar los comportamientos masculinos, especialmente aquellos más adictivos, entró con retraso, pero a saco, en ese tabaquismo galopante que imprimía marchamo de mujer de mundo.

Y así fue como el cigarrillo, al igual que unas gotas del Nº 5 de Chanel o el petite robe noire que Coco convirtió en sinónimo de supremo estilo, pasó a formar parte de la identidad cultural de la francesa très chic.

En la actualidad, cuando una hija de la France anuncia a su marido, pareja o rollo de una noche, “Mon amour, je suis enceinte!”, lo hace, según parece, tras una larga calada a su Gitanes o cualquier otra marca menos francesa pero igual de nociva.

Ante esta situación, el país vecino ha anunciado que dará un premio económico a las mujeres que dejen de fumar durante el embarazo (en cada visita de control con el ginecólogo se les practicaran análisis de sangre y orina y, si se comprueba que han cumplido su parte, recibirán un cheque por importe de 20 euros, acumulables hasta 300 euros, que podrán canjear en supermercados o tiendas por productos para el bebé).

Esta medida, de la que en un principio podrán beneficiarse unas cuatrocientas féminas (mayores de 18 años, embarazadas de menos de cuatro meses y medio, que fumen, al menos, tres cigarrillos al día y no utilicen cigarrillos electrónicos ni otros sistemas sustitutivos de la nicotina), forma parte de un programa experimental que, hasta comprobar el éxito de la estrategia, únicamente se llevará a cabo, en colaboración con el Instituto Nacional del Cáncer, en los hospitales de París.

Según las estadísticas el 17% de las preñadas francesas no deja de fumar lo que, en palabras de Marisol Touraine, ministra gala de Sanidad, convierte a Francia en uno de los países europeos en el que más mujeres fuman durante el embarazo.

El principal motivo por el que no consiguen dejarlo es porque fumar no es un placer sino una adicción: el cuerpo se habitúa a la nicotina y cuanto más se fuma más nicotina necesita para sentirse normal. Además,  algunas actividades, sentimientos y personas de la vida se vinculan con ese hábito, por lo que cuando el fumador se encuentra con esas personas o en esas situaciones se desencadena en él/ella la necesidad de fumar. Es decir, además de una dependencia física el tabaco genera una dependencia psicológica.

Puesto que ni las recompensas inmediatas (dientes más blanco o mejor aliento), ni la insistencia de las autoridades sanitarias en los efectos perniciosos que el consumo de tabaco tiene en la salud de la madre (sangrado, aborto espontáneo, muerte fetal y parto prematuro) y en la del niño (bronquitis, asma, defectos congénitos, bajo peso al nacer, o muerte súbita del lactante), han dado resultado, se trataría de probar si el incentivo económico logra que las fumadoras francesas, al menos durante el embarazo, dejen de serlo.

Habrá que esperar al final de la gestación para ver si esta dura batalla la gana el feto o la madre que lo parió.

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