Opinión

Miguel de Molina al desnudo

¡Ay de mí! ¡Pena mortal!,

porque me alejo, España, de ti.

¿Por qué me arrancan de mi rosal?

Durante la Guerra Civil, y años posteriores, Suspiros de España, pasodoble compuesto en 1902 por Antonio Álvarez, al que puso música su sobrino Juan Antonio en 1938, se convirtió en la banda sonora del exilio. Sus notas tristes evocaban la aflicción de la partida, el dolor por la pérdida de la tierra amada…

Esta reseña únicamente puede empezar disculpándome en nombre de la ciudad de Toledo: “Ángel (Ruiz), perdónalos porque no saben lo que han hecho”. Es un pecado, y de los gordos, que el viernes 13 de abril tanto el patio de butacas como los palcos del Teatro de Rojas estuviesen prácticamente vacios cuando lo que se estaba representando sobre el escenario era pura y llanamente: la belleza.

1936-1939. Ecos lejanos de la guerra civil. Tres largos años, tres, que dejaron el país en ruinas, sin recursos y dividido.

Para los ganadores desfiles y loas (“De tu soberbia campaña, Caudillo noble y valiente, ha resurgido esplendente, una y grande y libre España. Que hoy sean tu nueva hazaña, estas paces que unirán, en un mismo y puro afán, al hermano y el hermano… Con la sombra de tu mano, es bastante, ¡Capitán!”). Para los perdedores cárcel (“La cebolla es escarcha, cerrada y pobre: escarcha de tus días y de mis noches. Hambre y cebolla: hielo negro y escarcha grande y redonda”), fusilamiento (“Mi alma está madura, hace mucho tiempo, y se desmorona turbia de misterio. Piedras juveniles, roídas de ensueño, caen sobre las aguas de mis pensamientos. Cada piedra dice: “¡Dios está muy lejos!”) o exilio (“Y en un barquito, Miguel de Molina, se embarca, caminito de ultramar”). Para la mayoría del pueblo hambre y miseria.

Cuarenta años de dictadura.

Con un clavel en la oreja, alegres camisas, hechas por él mismo y una sexualidad que nunca escondió, Miguel de Molina encarna esa libertad que los españoles han perdido. Por más que sea el rey indiscutible de la copla, en ese “amanecer” que “empieza” en España, no hay lugar para un rojo, homosexual y amigo de Lorca (Yo no me di cuenta, de que te tenía, hasta el mismo día en que te perdí, y vi claramente lo que te quería, cuando ya no había remedio “pa” mí).

Basada en la entrevista que concedió en junio de 1990, desde Buenos Aires, a Carlos Herrera para el programa Las coplas, más que desnudo, esta obra nos muestra a Miguel de Molina abierto en canal.

A través de su peripecia vital, con sentido del humor y rabia contenida, revivimos un trágico capítulo de la historia de nuestro país, la historia de todos, narrado con tal sentimiento, con tanta amargura, que te traspasa, te conmociona, te atrapa y ya no te suelta.

Emoción en la palabra y el gesto, capaz de infundirte una pena infinita, para, un segundo después, arrancarte la risa con un sugerente meneo de caderas y una fresca soltada a tiempo.

¡Y la voz! Una voz que el propio Miguel de Molina hubiera admirado, y probablemente envidiado, si hubiera llegado a escucharla.

Mi madre, como tantos otros niños de la posguerra, tuvo una infancia breve, triste y llena de privaciones. Siempre le gustó cantar y lo hacía francamente bien. La recuerdo cantando Están clavadas dos cruces, de Miguel de Molina, mientras mis hermanos y yo, sentados a su alrededor, la escuchábamos embelesados…

Gracias Ángel Ruiz.

Por devolverme durante unas horas a mi madre, a quien ya no puedo abrazar (nunca había llorado tanto ni de manera tan sentida en un teatro).

Por advertirme de la fragilidad del bien más preciado que tiene el ser humano, la libertad, y lo poco que cuesta arrebatárnosla.

Por recordarme la necesidad de justicia y reparación de todas aquellas victimas que sufrieron abusos durante la Guerra Civil y la dictadura.

“...y cuando la antorcha pase a otras manos, a otros hombres, a otras generaciones, que se acordarán, si alguna vez sienten que les hierve la sangre iracunda y otra vez el genio español vuelve a enfurecerse con la intolerancia, y con el odio y con el apetito de destrucción, que piensen en los muertos y escuchen su lección: la de esos hombres, que han caído embravecidos en la batalla luchando magnánimamente por un ideal grandioso y que ahora, abrigados en la tierra materna, ya no tienen odio, ya no tienen rencor, y nos envían, con los destellos de su luz, tranquila y remota como la de una estrella, el mensaje de la patria eterna que dice a todos sus hijos: paz, piedad y perdón", último discurso de Manuel Azaña.

Perdón, sí. Olvido nunca.

Muchísimas gracias.

cartel  obra

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