Opinión

Liberadas contra puritanas

Tras años de sufrir en silencio todo tipo de insinuaciones, tocamientos, amenazas y, como último paso, agresiones físicas, cuando por fin un grupo de mujeres se atreve a romper la “omertá” sobre abusos sexuales reinante en el ámbito laboral, se ha desatado una tormenta mediática que, más allá de la corriente de solidaridad que ha despertado en otras congéneres, amenaza con destruir los escasos beneficios que, hasta ahora, dicho acto ha reportado a las denunciantes. ¿Por qué callaron tantas víctimas durante años?, se pregunta la sociedad entera con desconfianza.

El 23 de noviembre de 2017, bajo el título Protocolo sexual preciso, Javier Marías escribía en El País, y lo jaleaba Pérez-Reverte en Twitter, sobre el tema en cuestión: “Hay asuntos que queman tanto que hasta opinar sobre ellos se convierte en un problema, en un riesgo para quien se atreve. Es lo que está sucediendo con el caso Harvey Weinstein (…) se exige que, en su ámbito cinematográfico, todo el mundo se pronuncie y lo llame “cerdo” como mínimo, porque quien se abstenga pasará a ser automáticamente sospechoso de connivencia con sus presuntas violaciones y abusos. (Obsérvese que lo de “presunto”, que anteponemos hasta al terrorista que ha matado a un montón de personas ante un montón de testigos, no suele brindársele a ese productor de cine”.

Después, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid (si es que no lo han dejado seco a fuerza de agresivos trasvases como están haciendo con nuestro querido Tajo) diserta sobre la necesidad de establecer “un protocolo preciso de actuación entre mujer y hombre, hombre y hombre, mujer y mujer”, muy inclusivo él, con el fin de que “la gente sepa a qué atenerse”. A continuación, tras caricaturizar, aunque lo niega, los inicios de cualquier relación sexual (“Me apetece besarte, ¿puedo?” Y, una vez concedido ese: “Ahora quisiera tocarte el pecho, ¿puedo?” Y así, paso a paso, hasta la última instancia: “Aunque ya estemos desnudos y abrazados, ¿puedo consumar?), termina afirmando que el hecho de que “alguien intente besarnos (…) no ha sido nunca violencia ni acoso ni abuso (…) Tampoco ese grave pecado actual, tirar los tejos o “intentar seducir”. Las figuras hiperbólicas son muy efectivas a la hora de ridiculizar cualquier palabra, obra u omisión, con la que estamos en desacuerdo.

Pero el hecho, por mucho que sus detractores insistan en obviarlo, es que la intimidación, el chantaje, la amenaza y el uso de la fuerza, que están en el origen de las agresiones denunciadas por las integrantes del movimiento #Metoo, nada tienen que ver con dos personas, sean del sexo que sean, que se conocen en un ENTORNO IGUALITARIO y una de ellas inicia una aproximación para establecer una relación CONSENTIDA en la que, cuando una de las partes percibe que sus insinuaciones no son bien recibidas, se aparta sin más. A nadie le gusta que se le acerque, mucho menos que le toque, alguien que le repugna.

Hablamos de cuando es tu compañero, jefe o persona de quien depende que sigas trabajando, quien se cree con derecho a besarte, tocarte el culo, intentar violarte o conseguirlo (el acoso por razón de sexo supone la vulneración de varios derechos fundamentales: el derecho a la libertad sexual, a la dignidad, a la intimidad, a la no discriminación por razón de sexo y a la salud y seguridad en el trabajo). Hablamos de cuando ese individuo, consciente de su nulo atractivo, pero más consciente aun de su enorme poder económico e influencia, obvia cualquier negativa porque sabe que tu futuro está en sus manos y que, puestos a denunciar, ¿quién iba a creerte a ti?

¿Qué no pasa nada porque un señor te toque la rodilla? Lo dirá usted. No pasa nada si ese tocamiento indeseado ocurre en una discoteca en la cual puedes darle un manotazo al tío, decirle asqueroso si te apetece y, a continuación, levantarte e irte. Pero sí pasa cuando estás trabajando, quien te soba por debajo de la mesa es, por ejemplo, un político con poder, y sabes que si das un respingo y le llamas cerdo, serás despedida y, probablemente, tildada de loca.

Recientemente, ahondando en esta misma línea, un centenar de artistas e intelectuales francesas han firmado un manifiesto en el que critican duramente la ola de denuncias en EEUU desde el escándalo Weinstein.

En dicho manifiesto, al igual que Marías, primero exageran y ridiculizan la situación (“La ola purificadora parece no conocer ningún límite. Allí, censuramos un desnudo de Egon Schiele en un póster; pedimos la eliminación de una pintura de Balthus de un museo con el argumento de que sería una apología de la pedofilia; en la confusión del hombre y la obra, pedimos la prohibición de la retrospectiva de Roman Polanski en la Cinémathèque”), para menoscabar la razón de la otra parte y, a continuación, sueltan perlas como ésta: “defendemos una libertad para importunar, indispensable para la libertad sexual. Ahora estamos advertidas de que el impulso sexual [según ellas] es, por naturaleza, ofensivo y salvaje, pero también  somos lo suficientemente clarividentes como para no confundir el coqueteo torpe con el ataque sexual”. Ergo, si estoy advertida y encima soy clarividente… ¿tengo derecho a quejarme si sufro una agresión por no saber diferenciar el coqueteo torpe de un ataque sexual? Les dames francesas se retratan.

Impagable lo de que una mujer “Puede asegurarse de que su salario sea igual al de un hombre, pero no sentirse traumatizada para siempre por un manoseador en el metro, incluso si se considera un delito. Ella incluso puede considerarlo como la expresión de una gran miseria sexual, o como si no hubiera ocurrido”. ¿Callar y negar que el abuso haya existido no es lo que han venido haciendo las mujeres que sufren acoso hasta ahora? ¡Buen consejo amigas galas!

Cuando afirman que “la libertad de decir no a una propuesta sexual no existe sin la libertad de importunar”, vuelven a obviar lo mismo: en un entorno laboral, donde está en juego no solo el trabajo actual sino la posibilidad de empleo futuro, por más que una de las partes haga uso de esa libertad que ustedes le reconocen y diga NO a una propuesta sexual, muchas veces no sirve de nada porque la PARTE PODEROSA no solo se TOMA LA LIBERTAD DE IMPORTUNAR sino que insiste, amenaza, agrede y, encima, queda impune (si no me creen, lean El evento literario que se convirtió en uno de los peores días de mi vida, escrito y publicado el 16 de enero de 2018 por Andrea Paola Hernández, poeta, actriz  y cineasta venezolana).

De acuerdo con que no existe un solo modelo de sexualidad, ni un solo modelo de feminismo, ni una manera única y clara de ser mujer y no morir en el intento. Pero cuando habitualmente no te pronuncias sobre casos de discriminación y desigualdad, suscribir un manifiesto para diferenciarte de otras mujeres que han optado por denunciar el hostigamiento sexual del que se sienten y declaran víctimas, choca bastante.

¡Ah!, para quienes insisten en preguntarse por qué las agresiones no se denuncian en los juzgados, quizás el caso de la jueza de Vitoria (preguntó a una víctima de violencia machista si cerró bien las piernas para evitar los abusos sexuales por parte de su ex pareja) o el del juez canadiense Robin Camp (no solo culpó a una joven víctima de violación de 19 años de no hacer lo suficiente para defenderse,sino que también afirmo que, en general, “las mujeres jóvenes quieren tener sexo, especialmente cuando van borrachas”) les de alguna pista.

Probablemente Javier Marías tiene razón cuando dice que, por más acusaciones que haya, a Harvey Weinstein se le ha negado el “presunto” antes de la etiqueta “culpable”.

En cualquier caso, me atrevo a asegurar que eso es mucho menos dañino para una persona del estatus y condición del Sr. Weinstein, que el hecho de que ese mismo “presunta” se anteponga, sin ningún remordimiento, a la etiqueta de “víctima” (por más que haya atestado policial, informe médico e, incluso, un repugnante video grabado con su propio teléfono) referida a la joven que denunció la violación en grupo en Pamplona.

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