Opinión

La mujer rota

Habla ahora o calla para siempre, pero si te pronuncias no valen medias tintas. La sociedad actual tiende a la polarización y la fuerza centrífuga que parece regirla es de tal calibre que todo intento de permanecer en el centro, tierra neutral, está condenado de antemano al fracaso. Me ocurre con la subrogación materna, también conocida como vientre de alquiler.

Aunque la gestación por sustitución es ilegal en España (según la Ley 14/2006 sobre técnicas de reproducción humana asistida, será nulo de pleno derecho el contrato por el que se convenga la gestación, con o sin precio, a cargo de una mujer que renuncia a la filiación materna en favor del contratante o de un tercero) existen otros países donde su práctica está generalizada (Estados Unidos), por lo que se ha convertido en un tema candente sobre el que la presión mediática es tal que aunque no tengas una opinión clara formada prácticamente se te exige.

Se habla de la tendencia a la mercantilización de los cuerpos de las mujeres y su capacidad reproductora como si fuera algo nuevo. Se niega que tengan libertar a la hora de decidir vivir de su cuerpo o de partes de él, porque esa supuesta libertad está atemperada por la clase, la raza, la discapacidad o la situación geopolítica del país en el que se produce la gestación, por lo que la opción comercial ensombrece y niega la posibilidad de la opción altruista.

Si bien se reconoce como legítimo el derecho a tener hijos de las parejas que no pueden concebir (matrimonios homosexuales o parejas heterosexuales estériles), son muchas las voces que alegan que la vía para satisfacer ese deseo de paternidad-maternidad debe ser la adopción de niños huérfanos o abandonados y no la gestación subrogada. Existen diferentes plataformas que se declaran en contra de las “nuevas servidumbres” que alienta la economía global, y buscan “frenar el alquiler de úteros” porque implica que la mujer es tratada como una mercancía.

Y yo me pregunto ¿acaso la lucha por desmercantilizar la reproducción humana no debería comenzar por combatir la institución matrimonial? Puestos a cuestionar contratos ¿no habría que cuestionar ese en el que el hombre aporta recursos económicos y la mujer su capacidad reproductora? ¿La figura de la esposa no es, en sí misma, una representación de la venta del cuerpo de la mujer y sus “capacidades” (parir, criar, cuidar) a cambio de sustento?

El matrimonio es un contrato de propiedad de derecho exclusivo que se impuso a la fuerza. Desde el Código de Hammurabi, creado en el año 1760 a.C. (uno de los conjuntos de leyes más antiguos que se han encontrado y uno de los ejemplares mejor conservados de este tipo de documentos creados en la antigua Mesopotamia) hay leyes que castigan muy duramente el no sometimiento a ese contrato (Ley 128.-  Si alguien toma esposa, pero no redacta un contrato sobre ella, esa mujer no es esposa). Penas durísimas, especialmente para las mujeres que cometen adulterio (Ley 129.- Si la esposa de un hombre es sorprendida acostada con otro varón, que los aten y los tiren al agua). Lo que haga falta para impedir cualquier duda sobre la paternidad de los hijos habidos en el matrimonio.

Así habla Margaret Atwood (¡única denunciando el entramado de injusticias que envuelve la vida de las mujeres!) del matrimonio en Alias Grace: “A veces el siente la tentación de sucumbir. Podría elegir una de las jóvenes que ella [su madre] le ofrece, la más rica. Su vida cotidiana sería ordenada; sus desayunos, comestibles, y sus hijos respetuosos. El acto de la procreación se llevaría a cabo de manera invisible, cubierto con prudencia de velos de algodón blanco –ella obedientemente reacia tal como debe ser y él limitándose a ejercer sus derechos-, pero no debería mencionarse nunca”.

Cada vez que le preguntan a una joven ¿cómo te ves en el futuro? Pese a los años de lucha para alcanzar  la independencia económica y personal, es decir, la habitación propia que defendía Virginia Woolf, la respuesta sigue siendo la misma: casada y con hijos. Siempre en ese orden.

Por eso leer hoy, ahora, La mujer rota (La mujer rota, La edad de la discreción y Monólogo, tres cuentos en los que Simone Beauvoir expuso sus planteamientos éticos y sociales sobre la condición femenina), publicado por primera vez en 1968, y ver que  después de cincuenta años de reivindicaciones, manifestaciones, leyes y denuncias, sigue reflejando la situación actual de la mujer en nuestra sociedad, escuece por su dolorosa vigencia: «Las mujeres que no hacen nada no soportan ni el olor de las que trabajan». La expresión me sorprendió y me hirió. A Maurice le parece bien que una mujer tenga una profesión; sintió mucho que Colette eligiera el matrimonio y la vida de hogar, hasta me guardó un poco de rencor por no haberla hecho desistir. Pero en fin, admite que para una mujer hay otras maneras de realizarse. Nunca pensó que no hiciera “«nada»; al contrario, se sorprendía de que me ocupara tan seriamente de los casos que él me señalaba sin por eso dejar de cuidar de la casa y seguir de cerca a nuestras hijas; y esto sin parecer nunca tensa o agotada. Las otras mujeres le parecían siempre demasiado pasivas o demasiado agitadas. En lo que a mí respecta, yo llevaba una vida equilibrada; incluso decía: armoniosa. «En ti todo es armonioso». Me resulta insoportable que haga suyo el desdén de Noëllie por las mujeres que «no hacen nada».

La mujer rota es la víctima estupefacta, atónita, de la vida que ella misma eligió: una dependencia conyugal que la deja despojada de todo, hasta de su ser mismo cuando el amor le es negado.

Historias de almas gemelas y príncipes azules para justificar un contrato mercantil con el que siguen soñando las niñas de todo el mundo… ¡Luchamos contra las nuevas plantas del edificio de la discriminación y la desigualdad y olvidamos socavar sus cimientos!

Así que cuando alguien clama ”no somos úteros de alquiler”, no puedo evitar pensar, lo siento, que efectivamente no lo somos, porque en España, un país de propietarios, se prefiere el alquiler con opción a compra (pareja de hecho) o, quien puede permitírselo, la propiedad privada (matrimonio), fórmulas contractuales que siempre se eligen frente a la adopción (por muchos bebes huérfanos o abandonados que haya en el mundo) porque garantizan la continuidad genética de las partes contratantes.

Todo parece indicar que, al final, eso es lo único que importa.

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