Opinión

Julieta

En España no estamos para celebraciones. A la corrupción (según el último Barómetro del CIS, considerada por el 47,5% de los españoles  el segundo mayor ...

En España no estamos para celebraciones.

A la corrupción (según el último Barómetro del CIS, considerada por el 47,5% de los españoles  el segundo mayor problema de nuestro país, solo superado por el paro) se suma ahora la larga lista de listos (dirigentes políticos, escritores, banqueros, empresarios, actores) que camino Soria (“quiero descansar, borrando de mi memoria traiciones y demás”) perdieron los papeles en Panamá (esos que hablaban de oscuras transacciones financieras para ocultar sus riquezas) y que ahora, merced al trabajo del Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación (ICIJ) han recuperado.

En un ambiente de cabreo general por esta nueva versión de Pedro, Bertín, Imanol, y otros chicos del montón, mientras el director daba la espantá para evitar preguntas incomodas y Agustín se afanaba en aclarar que se encontraban al corriente de sus obligaciones tributarias y que, además, en su productora, El Deseo, existe separación de poderes (genio por un lado y finanzas por otro), se ha estrenado Julieta inspirada, según dicen, en el personaje de tres de los relatos incluidos en el libro Escapada de la escritora canadiense Alice Ann Munro, Premio Nobel de Literatura 2013, cuyos derechos compró Almodóvar allá por 2009.

Siendo como soy poco almodovariana (Volver aparte), este fin de semana decidí ver Julieta por una mezcla de curiosidad malsana (espoleada por opiniones inapelables de reconocidos críticos) y de justicia cinematográfica que no dejaba de susurrarme que los hijos (en este caso la película) no son culpables de los pecados de los padres.

En escenarios poco habituales del cineasta, la historia comienza durante una travesía en tren (¡lo del ciervo me lo explique!), sigue en tierras gallegas, hace un breve parón en Andalucía, continua en el Madrid castizo y termina en un lugar escondido de Suiza que no llegamos a ver. Dinámica, sí, pero en ese movimiento de traslación alrededor del director, los cuentos en los que se basa la película (Destino, Pronto y Silencio), perdidos en un giro rotatorio sobre sí mismos, se salen de su órbita alejándose, salvo en la presencia de colores intensos, del universo almodovariano.

¿Qué quiero decir? Pues que Pedro ha cogido tres relatos (tristes supongo) que él no ha escrito, los ha separado por piezas, los ha mezclado y los ha vuelto a juntar para contarnos su versión del conjunto (también triste supongo) perdiendo en el proceso una parte importante de su significado. Ni las historias ni las interpretaciones (de una Suárez a otra, Emma se te echaba de menos) están conectadas. Permaneces anestesiado de cintura para arriba y, a partir del polvo en el tren, también de cintura para abajo.

El visionado de Julieta produce un fallo en el sistema nervioso (encargado de recibir y procesar las sensaciones recogidas por los diferentes sentidos y de transmitir las órdenes de respuesta a nervios y músculos) del espectador y eso hace que, pese a ser el tema central de la historia la separación y la pérdida, sea transitoria o definitiva, la película te deje completamente fría, casi inerte.

Almodóvar, desertor de la era, hombre de tierra adentro, no logra transmitirnos ni el respeto, ni la fascinación, ni esa irreversible atracción que los hombres de mar experimentan hacia ese elemento que es su vida y para muchos también su muerte.

No entiendes por qué el pescador hace lo que hace, ni por qué la hija hace lo que hace, ni mucho menos por qué el personaje de Rossy de Palma, vieja del visillo manchega reubicada en tierras gallegas, para algunos penosa aspirante a Mrs. Danvers (a la que Hitchcock convirtió en el ama de llaves más odiada y famosa de la historia del cine) que sin llegar a alcanzar la frialdad de ésta, mucho menos su manera hierática y refinada de ser mala, chismorrea para, supuestamente, conducir a la desesperación más absoluta a quienes intentan quitarle su lugar en el mundo.

Durante noventa y seis minutos contemplamos una sucesión de imágenes (creadas ex profeso para, sin necesidad de palabras, hablarnos de situaciones difíciles y personajes desolados) que nos mantienen al borde de la lagrima pero no llegan a provocarla, demostrando con ello que la pretendida contención de la historia no es tal sino que se trata de una incapacidad manifiesta del director para hacernos participes de un desamparo que no llega.

Ni siquiera la incomparable voz de Chavela, reservada estratégicamente para el final, lograr caldear esa orfandad de emociones en la que te deja sumida Julieta.

En honor de la capitalidad gastronómica toledana, quiero terminar destacando los dos elementos más sabrosos de esta película: los pasteles de cumpleaños que terminan en la basura y el actor catalán Daniel Grao, ambos con pinta de ser o estar, como diría Arguiñano, ricos, ricos.

cartel de julieta

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