Opinión

Un deseo para el 8 de marzo

Con el escozor, aún fresco, que producen noticias como las multas que la alcaldesa de Madrid (representante del partido que se dice heredero del Movimiento 15M) ha impuesto al grupo de mujeres y un hombre que, para exigir un pacto de estado contra la violencia machista que no cesa, se mantienen en huelga de hambre en la Puerta del Sol de Madrid, nuevamente es 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, que este año tiene como tema central el empleo femenino.

En un mundo laboral en permanente cambio, frente al 76% de los hombres (según datos de Naciones Unidas) solo un 50% de las mujeres en edad de trabajar están representadas en la población activa mundial y de éstas, una gran mayoría, ocupa los empleos peor remunerados, con menor cualificación profesional y con poca o ninguna protección social.

El panorama es francamente desolador y por mucho que desde las instituciones se insista (especialmente cuando llega esta fecha) en que la igualdad de género en el empleo es indispensable para un desarrollo sostenible, la falta de propuestas concretas y soluciones efectivas te hace preguntarte si realmente a alguien le importa que se alcance dicha igualdad, máxime cuando ello exigiría que el hombre compartiera, de una vez por todas, la carga de los cuidados familiares y el trabajo doméstico.

Ya que hablamos de “empleo” femenino, una noticia relacionada con el eufemística e incorrectamente denominado oficio más antiguo del mundo, ha supuesto un pequeño soplo de alegría en medio de este pesimismo generalizado: siguiendo la estela de Suecia (la primera), Noruega, Islandia, Canadá, Irlanda del Norte y Francia, la República de Irlanda acaba de aprobar el proyecto de ley penal que castiga a los que compran sexo y descriminaliza a quienes se ven obligadas a venderlo.

Al multar únicamente a los clientes (500 euros la primera vez y hasta 1000 euros en caso de reincidentes,) el llamado modelo sueco (que ha demostrado ser el mejor para combatir la trata de personas con fines de explotación sexual) busca proteger a mujeres en situación vulnerable y disminuir la rentabilidad de este inhumano comercio.

Tipificar como delito el pago por sexo pretende, igualmente, provocar un cambio de mentalidad que, al contrario de lo que la cultura patriarcal se empeña en perpetuar (ayudada por expresiones artísticas como el cine o la literatura que tienden a obviar los cuantiosos ingresos que esta nueva forma de esclavitud reporta a los proxenetas), deje de considerar el ejercicio de la prostitución como una elección libre y racional de la mujer.

No se es puta por vocación ni por devoción, sino que es el engaño, el chantaje, la necesidad y la violencia, lo que empuja a las mujeres a vender su cuerpo.

Esperemos que en España, cuya red viaria está salpicada de clubes de carretera, se adopten medidas similares para acabar con esta explotación que tanto daño ha hecho, hace y seguirá haciendo, si nadie lo remedia, a las mujeres de todo el planeta.

“La santa ley de Jesucristo gobierna nuestra civilización; pero no la penetra todavía. Se dice que la esclavitud ha desaparecido de la civilización europea, y es un error. Existe todavía; sólo que no pesa ya sino sobre la mujer, y se llama prostitución”, Víctor Hugo.

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