Opinión

El coronel no tiene quien le escriba

Cuando leí en el periódico que el 15 de mayo se estrenaba El coronel no tiene quien le escriba, basada en la novela homónima de García Márquez, dirigida por Carlos Saura y protagonizada por Imanol Arias, supe al instante que tenía que verla. Ese mismo día compré las entradas.

Aunque algunas de las películas que integran su extensa filmografía se encuentran entre lo mejor del cine español de los últimos tiempos (El Lute: camina o revienta, La colmena, Demonios en el jardín o Tiempo de silencio, entre otras), por mi afición a lo negro y criminal, fue un personaje de Brigada Central (serie de televisión dirigida por Pedro Masó y guión de Juan Madrid), el del comisario de etnia gitana Manuel Flores, El Chinorri, el que lo ancló para siempre a mi particular universo de policías, detectives y criminales que dejaron una huella indeleble en mi conciencia visual y lectora. Dicha serie le reportó éxito y numerosos premios (TP de Oro 1990 y 1991, en ambos casos Mejor Actor y Mejor Serie Nacional). Por entonces él se encontraba en la treintena.

Ayer, sábado 18 de mayo de 2019, acudí al Teatro Infanta Isabel para verlo, por primera vez, actuar sobre un escenario. No se me ocurre mejor lugar para representar El coronel no tiene quien le escriba que esta sala,“excelsa y recoleta”, inaugurada en 1906 como barraca para un cinematógrafo.Y no solo porque por su escenario “haya pasado lo más granado del teatro español del siglo XX”, sino porque su construcción, prestigio, antigüedad y cierto aire decadente, le sientan bien, pero que muy bien, a esta obra: en un mundo miserable, una maravillosa historia de amor y de fe en el ser humano.

Sumidos en la indigencia, el coronel y su esposa pasan los días esperando que el gobierno les comunique la concesión de la pensión prometida por los servicios prestados durante la guerra. Pero tras quince años, la ansiada carta no llega y la pareja, cansada y enferma, malvive, sin apenas alimentarse, para poder mantener a un gallo de pelea que el respeto debido a la memoria de su hijo, fallecido en “la mala hora”,  la hora de la desgracia, les impide comerse ni vender.

Cuando has combatido por la libertad y la justicia y sus administradores, una vez alcanzado el poder, a la primera la secuestran, decretando un permanente estado de sitio cuya duración amenaza con convertir en normal su ausencia, y la inexistencia de la segunda, tras seis presidentes diferentes en ese período, con los respectivos cambios de funcionarios incluidos, vuelve a la administración corrupta, inoperante e inhumana (“La pensión no llega. Llegará. Llevas diciendo lo mismo 15 años, por eso, alguna vez tiene que llegar”), se hace difícil, muy difícil, mantener la esperanza.

Cuando todos te conminan a hacer lo correcto, sin querer saber nada del precio que has de pagar por ello (“Este gallo come carne humana”), se hace difícil, muy difícil, mantener la dignidad.

Pero, ¡Dios!, cuanta exhibe Imanol Arias bajo la piel del viejo coronel. ¡Tan vacilante en el movimiento, como firme en las convicciones!

Hay tanta ternura entre la pareja de ancianos, tanta, que cada caricia la sentía yo en mi rostro, cada abrazo me proporcionaba consuelo y cada sonrisa me reconfortaba el alma. Con cada gesto de complicidad entre ambos, me veía capaz de sobrellevar el hambre y el rugido de las tripas vacías con el mismo orgullo con que ellos lo hacían. Con el improvisado baile experimenté que aún en las peores circunstancias un instante de felicidad es posible.

Y Chavela de fondo cantando Ojala que te vaya bonito…

Como aficionada al cine, el teatro siempre ha sido una asignatura pendiente. Me faltaba cercanía y me sobraba impostura en la declamación y el gesto. Pero lo escrito por García Márquez cobra vida en Imanol, y es tal su identificación con el personaje, tal la naturalidad y pasión con la que lo interpreta, que una corriente de emoción embarga y hermana al público asistente.

Durante la función no dejaba de recordar a García Márquez, con el pelo y la barba canos. Y supe con seguridad que si hubiera estado presente en la sala, aunque el alzhéimer le impidiera reconocer la autoría de la obra que estaba viendo, ante tanto amor y desencanto, conmovido por el decoro y elegancia con los que Imanol interpreta al viejo coronel,  por sus mejillas habrían rodado las mismas lagrimas que rodaron por las mías.

En mi vida solo he llorado dos veces en un teatro. La primera fue con Miguel de Molina al desnudo. La segunda fue ayer.

Menos mal que, desde que Gabo murió, El coronel ya tiene quien le escriba.

Si pueden, no se pierdan esta maravillosa función (hasta el 30 de junio de 2019).

cartel el coronel no tiene quien le escriba

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