Opinión

Comer con tino para evitar tantos desatinos

Mientras medio mundo sufre las consecuencias del hambre y la malnutrición el otro medio se abotarga y enlentece víctima de la obesidad.

Deberíamos preguntarnos ¿por qué si el mundo produce suficientes alimentos, como es el caso, el hambre sigue siendo uno de los desafíos más acuciantes del desarrollo?

Sorprendentemente, hasta un tercio de los alimentos se pierde antes de ser consumido por las personas. ¿Responsables? Todos. Empresarios (problemas en la recolección, almacenamiento, embalaje o transporte), instituciones (marcos legales, reglas de etiquetado o de caducidad rígidas, etc.) y consumidores (prácticas de compra o cocina inadecuada, no aprovechamiento de restos, etc.). Cuando un producto se puede comer pero no se consume porque minoristas y consumidores los descartamos o dejamos que se estropeen, estamos incurriendo en desperdicio de alimentos, algo que para una época en la que casi mil millones de personas pasan hambre podría ser catalogado como grave delito contra la humanidad.

Como muchos son los afectados pero pocos los concienciados, en la Conferencia de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) de 1979, se decidió instaurar el 16 de Octubre como Día Mundial de la Alimentación  con el objetivo de concienciar a la población acerca de los problemas alimentarios. 

El fantasma de la justicia social recorre Europa y, afortunadamente, sus escasas apariciones empiezan a hacer mella en instituciones y conciencias.

Para luchar contra el despilfarro alimentario en Dinamarca la ONG Folkekirkens Nødhjælp ha abierto Wefood el primer supermercado del mundo en vender productos (lácteos, carnes, frutas, verduras, pan o alimentos congelados) que, normalmente, acabarían en la basura porque están caducados, a punto de caducar o tienen el envase deteriorado. Los alimentos son donados por los mercados locales y dos de las cadenas de supermercados más grandes del país. Un grupo de voluntarios los clasifica y decide cual puede ser vendido al público sin ningún riesgo para su salud. La idea no es solo que compren en este supermercado las familias con menos recursos, sino también todos aquellos que quieran colaborar en la lucha contra el despilfarro alimentario.

En Brasil la startup (empresa de pequeño o mediano tamaño, uno o dos socios, que parte de una idea innovadora y trata de convertirla en un negocio rentable) denominada Fruta Imperfeita vende, a un precio muy por debajo del de mercado, frutas y verduras con defectos en su forma o color, motivos por los que, pese a ser igual de ricas y nutritivas, son descartadas por la industria al no encajar en el estándar estético requerido para la venta.

En esa misma línea de sostenibilidad, los cafés The Real Junk Food Project abiertos en Reino Unido trabajan con alimentos sobrantes de otros restaurantes, supermercados o granjas, con el objetivo de hacer platos por los que el cliente pague lo que le parece justo, dando con ello salida a esa comida que aun estando en buen estado no llega a ser ingerida.

¿Y que hay de los gobiernos? En febrero de este año Francia se convirtió en el primer país del mundo en prohibir a los supermercados tirar o destruir los alimentos que no venden (se prevén multas de hasta 75.000 euros para aquellos que, deliberadamente, destruyan los alimentos con el fin de evitar que sean recuperados de los contenedores próximos a las tiendas) obligándoles por ley a donarlos a organizaciones benéficas y bancos de alimentos que los distribuirán entre aquellos que lo necesiten.

Italia se sumó a esta iniciativa y en agosto de 2016 aprobaba también una ley contra el desperdicio alimentario que, a diferencia de la del país galo basada en la penalización, se centra en la simplificación burocrática e incentivos  para las empresas.

En España algunas Comunidades, como Navarra y Murcia, ya cuentan con legislación para evitar el despilfarro y promover el aprovechamiento de excedentes alimentarios. Esperemos que el resto las siga pronto.

¿Y nosotros, los consumidores? Pues, aunque pudiera parecer lo contrario, es mucho lo que podemos hacer: comprar con responsabilidad, planificar el menú semanal, conservar adecuadamente los alimentos, comprar productos de temporada y comerlos por orden de entrada, cocinar solo lo necesario o aprovechar las sobras.

En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lentejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos consumían las tres partes de su hacienda”. Que Cervantes empezará su obra universal incluyendo en el primer párrafo una descripción de lo que comía Don Quijote es un anuncio del protagonismo que tanto la alimentación como el hambre van a tener durante toda la novela.

De que nada sobra en la cocina y nunca se deben tirar los alimentos porque los restos se pueden aprovechar para confeccionar otro plato, incluso más sabroso que el primero, habla el hecho de que la cena del Ingenioso Hidalgo fuese las más noches un plato de restos, el salpicón, consistente en una especie de fiambre para cuya preparación se mezclaba la carne de vaca que había sobrado de la olla (distintos tipos de carne cocidos con garbanzos y algunas verduras) con sal, vinagre, aceite, pimienta, ajos, hierbas aromáticas y alguna que otra especie.

¿Y cuando comemos en un restaurante? Dado que tendemos a pedir más cantidad de la necesaria, y la normativa sanitaria obliga a tirar la comida que alguien ha dejado en el plato, podemos evitar el desperdicio promoviendo lo que en países anglosajones se conoce como doggy bag consistente en llevarse a casa, en una pequeña caja, tupper o bolsa que el propio negocio facilita (los restaurantes y cafeterías incluso diseñan cajas con su logotipo para que la gente se lleve la comida sobrante), la comida que no consumimos.

Se trata de una costumbre muy arraigada en Estados Unidos que no debe avergonzarnos poner en práctica en España porque, como se encargaron demostrar Carrie Bradshaw y sus amigas en la serie Sexo en Nueva York, llevarse las sobras de la cena envueltas en un artístico cisne de papel de aluminio, como si de un complemento más se tratase, además de resultar très chic, habla de solidaridad y compromiso en la lucha contra el desperdicio alimentario.

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