Opinión

Alien: Covenant

De “estomagante” califica Boyero la película de la que ésta es secuela. En mi caso le anexé “cachondeus”porque, lejos de resultarme fastidiosa o aburrida, Prometheus me llevó a plantearme toda una serie de cuestiones trascendentales, en su mayoría referidas a David como no podía ser de otro modo interpretándolo quien lo interpreta, del tipo “¿por qué se tiñe las raíces si es un robot?”, que terminaron con mi propuesta de que fuera reprogramado como “unidad de placer" (al igual que la replicante a la que interpreta Sean Young en Blade Runner) porque, gracias a la maravillosa Shame, a todos nos consta que para ese menester a Fassbender “méritos” le sobran.

El director australiano se centró tanto en la impresionante puesta en escena, con paisajes y atmósferas de enorme poderío visual, que se olvidó del contenido; algo así como un regalo que te cautiva por su envoltorio colorido y original pero que cuando lo abres está vacío. Convencida, por tanto, de que debería habernos ahorrado ese Prometheus, aunque mi lado racional me gritaba que me abstuviera, acabé yendo al cine porque mi lado pasional (que suele ganar cuando se pone borrico) no paraba de repetirme que Ridley Scott sigue siendo, con permiso de Stanley y perdón por la expresión, “el puto amo” en esto de la ciencia ficción.

Pero vamos con el argumento.

Diez años después….

La nave colonial Covenant, controlada por Madre (el ordenador central) y manejada por el androide Walter, surca el espacio en dirección a Origae-6, transportando dos mil colonos y mil embriones. Cuando la nave, cuyos pasajeros despiertan del criosueño por un grave percance, intercepta una señal de vida en un planeta desconocido y con buenas condiciones de habitabilidad deciden poner rumbo hacia él. Y entonces….

A partir de ahí prepárense para un completo recorrido por el árbol genealógico (huevo, abrazacaras, revientapechos y adulto) de los xenomorfos (formas extraterrestres) clásicos acompañados de otra variedad, los neomorfos, fruto de la experimentación genética. Verán como los miembros de la tripulación van cayendo como moscas (no en vano nuestros ADNs se asemejan tanto) y comprobarán como dos sintéticos (si es Fassbender quien les pone el físico que se quiten las fibras naturales), fuerzas fundamentales opuestas y complementarias, se apoderan del cotarro y reparten la pana en esta historia. Eso sí, todo ello regado con las dosis  de sangre, tripas y vísceras que demanda la saga Alien.

Una aventura espacial donde el terror nace de temores ancestrales (como la claustrofobia o el miedo a lo desconocido) acompañados de la desconfianza que el avance de la ciencia (desarrollo de virulentas enfermedades, aparición de agresivos y repugnantes parásitos o androides que se rebelan contra su creador) siempre ha generado en la humanidad.

La búsqueda de respuestas a la eterna pregunta (¿de dónde venimos?) deja de tener importancia cuando David (prototipo que dejó de fabricarse por una inexplicable tendencia a cuestionarlo todo que incomodaba a los humanos) se da cuenta del carácter perecedero de quien lo creó. Cuando eso ocurre, en un ejercicio extremo de delirio y egolatría, concluye que él es Dios y, a partir de entonces, decide dedicar su existencia a crear la criatura perfecta.

Y es que si hay algo que nunca, nunca, olvida Ridley Scott cuando rueda ciencia ficción es la importancia del factor humano, por eso en sus películas hasta los robots tienen alma, oscura sí, pero alma al fin y al cabo.

Delirante, excesiva y bastante gore, quienes se acerquen a Alien: Covenant buscando algo novedoso se sentirán decepcionados.

Si solo buscan pasarlo bien, tienen garantizado entretenimiento del bueno.

ALIEN

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