La verdad huele
Podrán decir lo que quieran los dos magistrados de la Sala de Apelaciones del Tribunal Supremo que han desestimado, valiéndose de su mayoría, la de Álvaro García Ortíz, Fiscal General del Estado, en contra de su procesamiento, pero lo que dice el tercer miembro de dicha Sala en su voto particular discrepante tiene el sentido jurídico que huele más a verdad. Porque la verdad huele, huele a verdad, en tanto que aquello que la suplanta huele a otra cosa, y en no pocos casos hiede.
Andrés Palomo del Arco es el magistrado que en su voto particular desmonta el auto de procesamiento contra el Fiscal General, describiendo minuciosamente y con claridad la ficción jurídica mediante la que se le quiere sentar en el banquillo. Si bien el auto del Supremo que le precipita a él exculpa al Gobierno y a la Fiscal de Madrid que también se hallaba empapelada, suscribe el meollo acusatorio del instructor de la causa, el juez Hurtado, un meollo en el que, según establece Palomo del Arco con exquisita sujeción a Derecho, no es que no aparezca prueba ninguna contra el Fiscal General en lo que se le acusa, la filtración de información personal reservada en la nota de prensa con la que el Ministerio Público salió al paso de los bulos echados a rodar por el entorno de Isabel Díaz Ayuso en beneficio de su novio, sino que no aparece el menor indicio de que Álvaro García Ortíz la filtrara.
La sensación generalizada, incluso en aquellos ámbitos conservadores partidarios del juego limpio, de que la instrucción de la causa contra el Fiscal General ha tenido un único "foco", esto es, un único fin, el de cargárselo, se ve reforzada por el auto del Supremo, y más aún por el contenido del voto discrepante de Andrés Palomo, y esa sensación, la de asistir a una suerte de Auto de Fe, no sólo perjudica la reputación de los órganos de la Administración de Justicia, sino también, y principalmente, a la institución del Ministerio Público, el defensor de la ley al que se sienta en el banquillo sin la menor consideración ni fundamento. La verdad huele, huele a verdad, y el voto particular de Palomo del Arco parece penetrado de ese olor.