Opinión

Irene y el gamberrismo verbal

Algo muy gordo ha debido hacerle el idioma a Irene Montero, tal es el desprecio y la inquina con que la ministra lo trata. Aunque también puede ser que el castellano no le haya hecho nada, y que se trate solo de una manifestación más del filibusterismo político que la mencionada cultiva, mediante el cual se traslada a las palabras la responsabilidad y la capacidad de transformar la realidad, una cosa que solo pueden hacer los buenos escritores y los buenos poetas, y por pudor no lo hacen.

Soltando, como soltó varias veces la buena de Montero en un mitin, los palabros “niñe”, “hije” y “todes”, no se transforma otra cosa que, para peor, el maravilloso instrumento de la Lengua. Las palabras, decía Valle-Inclán, son espejos mágicos donde se evocan todas las imágenes del mundo, y estas que se inventa Irene Montero para parecer muy ardiente defensora de los mundos LGTBI y “no binarios”, evocan por su parte la imagen de la menesterosidad cultural y la impotencia política de la emisora.

Por llamar “niñe” a un niño o a una niña que manifiesta, prefiere o busca una particular identidad sexual, ni el niño o la niña ganan nada, ni, lo que es peor, se consigue un mayor respeto social hacia sus incipientes inclinaciones personales.

Lo que sí consigue esta pintoresca ministra de Igualdad es, de una parte, que se hable de ella por algo, ya que no de sus logros efectivos en relación a su competencia gubernamental, y, de otra, proporcionar munición a la derecha montaraz y trabucaire, como si esta anduviera necesitada de ella. Resulta desolador que Montero otorgue a esa derecha hoy tan ultraderechizada la exclusiva en la defensa del bien común del idioma, cual se acredita en el hecho de ser muy pocas las voces del otro espectro ideológico que se han sulfurado públicamente por sus aberraciones semánticas.

Irene Montero supone que arreándole estacazos al idioma hace política positiva, cuando lo único que hace es gamberrismo verbal. Allá ella, pero uno daría algo por no haber oído nunca de labios de nadie esas cosas tan terribles: “niñe”, “hije”, “todes”... ¿No podría esta mujer, por ventura, refrenar un poco su descabellada pulsión por las innovaciones lingüisticas? 

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