Opinión

El violador eres tú

Lo único que se echa de menos en las concentraciones de "El violador eres tú" es la ausencia de hombres. Todo lo demás que debe estar, está: la determinación de combatir y vencer el abuso y la agresión sexual que aherroja a las mujeres, la movilización de las más jóvenes en defensa o en la conquista de su libertad, la internacionalización de la cruzada, el propio himno ("Un violador en tu camino") y la coreografía que las congrega desde Santiago de Chile a Estambul, de Nueva Delhi a París. Faltan los hombres.

Siendo la violación un crimen que se comete contra seres humanos, a todos ellos concierne la lucha contra él, e incluso cabría decir que a los hombres particularmente, pues de entre sus filas es de donde emergen los indeseables que brutalizan a las mujeres. La denuncia de esa criminalidad, amparada secularmente en el machismo institucional, y las acciones para su erradicación, no pueden prescindir del concurso de los varones, que hasta hoy parece limitarse a deplorar las violaciones y a empatizar con el clamor de las mujeres contra esa modalidad de feminicidio de que son víctimas.

Son principalmente los hombres quienes tienen que desbrozar su mundo masculino de las malas hierbas que envenenan su relación con la mujer desde el albor de los siglos, las de la dominación, las de la posesión, las de la cosificación y tantas y tantas otras. Cada uno en su pequeño mundo, en su radio de vida, puede y debe constituirse en debelador de ese grosero machismo de reprimidos y salaces que actúa como légamo y caldo de cultivo del potencial violador. El acoso, el baboseo, el piropo infecto, el merodeo, la consideración de las mujeres como ganado, todo eso que habita en ciertos ambientes de ciertos hombres, y que hoy habita, además, excitado y extendido por la pornografía expedida en cantidades industriales, todo eso necesita la respuesta instantánea, cotidiana y valiente de los hombres.

Existe, es verdad, un feminismo excluyente que los criminaliza en su conjunto, pero también lo es que se necesita, y con el concurso de las mujeres, desmontar sus falacias, a fin de que todos, hombres y mujeres, planten cara a los violadores. Los hombres no son violadores, sino sólo los violadores, y cuando una mujer es violada (miles y miles cada día en todo el mundo), el hombre que se precia de serlo, que lo es de veras, se siente en lo más íntimo y profundo igualmente violado.

Las mujeres que encuentran un violador en su camino no encuentran un hombre, sino un canalla, un enfermo, un psicópata, un producto de la bestialidad y la ignorancia. A apartarlos de ese camino estamos convocados todos.

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