Lo bueno de ser malo
Lo bueno de ser malo es que se tiene asegurada la pertenencia, como jefe o como machaca, a las esferas emergentes del mundo, tanto de la política como de la economía, del trabajo o de la vida ordinaria. Tal vez por eso, porque la ansiedad gregaria por pertenecer a la hinchada del que se presume equipo ganador para vencer, bien que inútilmente, las frustraciones que generan las vidas mezquinas, el ser malo, el gusto por el mal, está de moda.
No es la primera vez, desde luego, que el mal está de moda, pero las modas, como se sabe, siempre vuelven, aunque en ésta ocasión a lomos de esa formidable máquina de afiliación a la ignorancia y a la estupidez de las redes sociales. En éstas, cualquier tonto del haba puede hacer un cursillo rápido para imbuirse de la idea de que el sanguinario Francisco Franco era un tipo estupendo que "hizo cosas buenas", de que Trump o Milei tienen una gracia que no se puede aguantar, que el genocidio que perpetra Israel en Gaza es un asunto de defensa propia, que los inmigrantes sin papeles son unos canallas, que Ayuso es la rediviva libertad guiando al pueblo (a las tabernas) o que la mayoría que sostiene al Gobierno de España, compuesta por partidos que representan la diversidad de la nación en lo territorial y lo ideológico, es la anti-España precisamente.
Dice Victor Küppers, reputado especialista en Humanidades y psicología social, que si queremos un mundo alejado de ésta ruina del envilecimiento rampante, es preciso admirar más la bondad que la inteligencia, pues en tanto ésta nos viene dada genéticamente en bruto, por la patilla como si dijéramos, aquella, la bondad, nos exige un esfuerzo, y harto denodado por cierto. Así es, pero se ve que cada vez más gente, entre la que abunda la más jóven, no está por la labor de esforzarse gran cosa en cultivar, como decía Eugenio D`Ors, "lo que de angélico haya", de tal suerte que las encuestas sobre intención de voto, salvo la del CIS que va su bola, ponen los pelos de punta. Lo bueno de ser malo, en resumidas cuentas, es que no tiene uno que esforzarse absolutamente nada.